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Carta 27 - Qué llevar en un viaje

Una cuchara de plástico. Nada peor que llegar agotada al hotel luego de tres semanas de viaje, después de haber entregado el auto en el aeropuerto; perdiéndome por horas, tratando de encontrar el rental car, caminar por las calles de Viena sin lograr que el gps funcione, para poder dar con la calle donde nos espera Tiag, y no poder comer con gusto un delicioso yogur que hemos comprado para él y para nosotros. Conclusión, ya está puesta en mi mochila de viajera, para el próximo viaje, una cuchara de plástico o dos y también bolsitas de azúcar para endulzar el yogur.

Viena, hace no sé cuánto tiempo, ya no es de este momento. El instante en que el recuerdo se torna lejano es cuando debo empezar a pensar en otro viaje. El momento en que París comienza a hacerme falta es que sé que debo ponerle una fecha de arribo. No sé todavía cuando será. Antes está Boston que es a dónde va mi hija Morgana a estudiar. Ese es mi próximo destino y si todo funciona en noviembre volveré a París a tratar de visitar esta vez sí o síel Père Lachaise para ver a Simone de Beauvoir, a Edith Piaf, a Sarah Bernhardt, a Jim Morrison y dejarles muchas, muchas flores. En todo caso, rewind, Viena it is. Nos queda un día antes de tomar el avión a Quito. Estoy cansada, llena de maletas, nostálgica, como cuando termina una fiesta. Triste porque no puedo ver los Oscares, lo cual para mí es tradición sagrada. En la tele del hotel no pasan y si lo hicieran sería de madrugada. Tiag, en cambio, estácontento y novelero con nuestro cuarto y su cama que aunque pequeña parece de castillo. Yo tengo una mezcla extraña de sentimientos. Ha sido un viaje especial, sí estoy cansada, pero nunca me gusta volver. ¿Alma de gitana?¿Deseos de seguir descubriendo el mundo? Hay gente a la que no le gusta salir de su casa, a mí no tienen sino que sugerírmelo.

Día siguiente: Tiag y yo bajamos a degustar un delicioso buffet en el comedor de esta pensión maravillosa que hemos conseguido por un precio muy económico. Lo hacemos tranquilos, conversamos, nos sentimos contentos. Luego volvemos al cuarto y por percances que no vienen al caso no podemos salir antes del mediodía. Decepcionada pienso en toda la mañana perdida. Había planificado mi día en Viena con tanta antelación y las cosas, quizás es lo maravilloso de viajar, siempre salen de la manera en que tienen que salir; sorprenden, es la vida, jamás como uno la imagina. Es así, nada se puede hacer. Caminando llegamos hasta la famosa y legendaria rueda. Es lunes, creemos que está cerrada, pues se ve tan vacía. La rueda gira, entramos y sí está abierta. Vemos Viena desde lo alto, maravillosa, hermosa, elegante. Al salir, en cambio, todo se ve triste; llueve, hace frío y de pronto miro… Yo he estado aquíantes. Claro a los trece años. Es el parque de diversiones que por tiempos traté de ubicar y nunca supe dónde se encontraba. Todo está cerrado, se ve como un parque fantasma, caminamos sin rumbo, mirando las atracciones de los años sesenta y setenta totalmente kitch. De pronto regresa en el tiempo el tren fantasma al que se subieron Lorena y Sebastián y que cuando, por un momento salió, vimos con mi madre a un Sebastián pequeñito pasar cerrado los ojos. La imagen vuelve a mí. Lorena lleva puesto un vestido rosado de verano, una media cola y pasa con los ojos muy abiertos, decidida a enfrentar lo desconocido con valentía y curiosidad. Son tantos años atrás. Como no quisiera entrar. Y de pronto: magia, sale un señor con cara de monstruo y nos pregunta si queremos hacernos la atracción. Se abre para nosotros. Parece mentira, he regresado en el tiempo. Los monstruos son tan divertidos, vintage total, no han cambiado nada. Tan absurdamente falsos que cautivan. Abrazo a Tiag con todas mis fuerzas y salimos felices riendo a carcajadas. Diagonal y mágico se encuentra al frente Madame Tussaud. Tiag goza tomándose fotos con Freud, Barak Obama, Bethoven, Mozart. Yo con Audrey Hepburn, en honor a Nadia quien ama Breakfast at Tiffanys y con Anna Frank, en honor a mis lecturas de juventud y a mi hija Morgana, quien siempre ha admirado a esa mítica niña. Caminamos sin rumbo, esperando encontrar un bus de turistas para poder recorrer la ciudad; tomamos un tranvía, nos perdemos. El bus de turistas era uno de los planes en mi lista de Viena en un día, como lo era la casa de Mozart, la de Strauss y la de Beethoven. No será posible. Cuando llegamos a la oficina principal del bus, el último ha salido ya. Y las casas de los músicos están por cerrar. Vamos a un hermoso café. La torta que pedimos es deliciosa. Con una cierta tristeza en el alma pienso que mi energía ya está abandonando Europa. Miro el reloj, tenemos entradas para un concierto en Shonbrunn de Mozart y Strauss, pero antes vamos a la Catedral de San Esteban y a una hermosa calle comercial. Preocupada por el tiempo que nos puede tomar llegar a Schonbrunn nos encaminamos y me arrepiento con el alma pues nos toca dar la vuelta a la manzana durante dos horas. Tiag es un ángel que mantiene la paciencia y goza del concierto. De camino al hotel comprendemos cuán cansados estamos ya de todo, pero Tiag me hace prometerle que volveremos a Viena. Es una ciudad hermosa, el metro lo mejor, la gente amable, nos faltó tanto por ver. Pero eso son los finales. Siempre tienen algo de amargo. La tensión aumenta, las maletas no se cierran, el taxi pasará por nosotros a las cinco de la mañana. Es difícil dormir pensando que nos espera un viaje que empezará en Viena, seguirá a Frankfurt, luego a Bogotá y que finalmente aterrizará en Quito a la una de la mañana. Parece masoquismo y sin embargo, ahora, en la comodidad de mi casa, con un descafeinado sobre la mesa, la vista más gloriosa del valle de Guápulo, pienso en mi llegada a París donde me encontré con Nadia, recuerdo a Sultanahmed y Galata, la montaña blanca de Demanovska Dolina, la rueda y la Catedral de San Esteban ¿y saben qué? no tienen que repetírmelo dos veces, ya estoy lista para emprender otro viaje de 20 horas y pico. En mi mochila para el próximo ya esta la cuchara de plástico o dos, una lima de uñas de cartón (siempre se rompen las uñas con el traqueteo de las maletas) unas bolsas de splenda para endulzar el yogur natural, chocolates que siempre animan el espíritu, mi kindle bien cargado, películas bajadas al ipad. (Lástima que ya terminé Downton Abbey) Cómo hacía que pasara el tiempo esa maravillosa teleserie que empezará su última temporada el mes de enero. Así que ahora las tardes me encuentran soñando, mirando destinos en el internet, recordando una imagen de una revista de Reader’s Digest que tenía mi abuelijita en su cuarto de la hacienda; cuarto que por gracia y obra del destino y la generosidad de mis tíos, hoy se encuentra conmigo. En esa revista había una foto de una niña que viajaba con sus padres, iba feliz cargando una maleta de color rojo dándole la mano a su mamá. “Algún día”, me decía mi abuelita. Y ¿saben qué? algún día es hoy.


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