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235 páginas | Español 
la calificación promedio es 3 de 5

Jacinta regresa a casa luego del funeral de su marido y constata que se siente liberada de una prisión. Lejos de extrañarlo, se siente casi feliz con su muerte. En el ocaso de su vida y viuda por segunda vez, repasa eventos que marcaron su existencia. Reconoce sus malas decisiones, abraza sus tristezas y enjuaga sus sinsabores; incluidas las crueldades recibidas de parte de sus padres, sus maridos e, inclusive, algunos de sus hijos.

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Detalles del producto:
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Autor: Viviana Cordero

Editorial: Libresa

Cubierta: Felipe Ñacato, a partir de una fotografía de Evgeny Drablenkov/Shutterstock

Corrección de estilo: Nicolás Landes

Edición: Estuardo Vallejo

Supervisión editorial: Miguel Vallejo

Primera edición: 1000 ejemplares

Impreso: 235 páginas

Lenguaje: Español

ISBN: 978-9978-49-626-8

Dimensiones: 14 x 0,12 x 21 centímetros

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Fragmentos

FRANCISCO

A LOS SETENTA Y DOS, HAY CIERTAS COSAS QUE UNA NO hace. Y sin embargo... Cinco días después de haber enterrado a su esposo, se dirige por la avenida Seis de Diciembre y toma la calle Checoslovaquia. Te estás comportando como si tuvieras quince, Jacinta. Estaciona diagonal al edificio. Unas gafas enormes esconden su rostro. Observa. Su palpitar está acelerado, pero persiste. Dispone del día entero. Ayer se demoró buscando en la guía telefónica. Francisco Enríquez. Había algunos. Titubeó, pero luego se decidió. ¿Qué podía perder? Llamó a todos. Alegó que necesitaba enviar una invitación. Indagó si era un señor maduro, de unos setenta y cinco años. En algunos casos colgaron. En otros, su descripción de Francisco no coincidía. Hasta que una empleada, a regañadientes, confirmó el perfil. Ella supo que, por fin, lo había encontrado. 

HOY

SON TRES DÍAS DESDE QUE MURIÓ SU MARIDO. CON LA excusa de distraerse, Jacinta limpia la casa y saca cajas con la ropa de Aníbal. Le produce una molestia en el bajo vientre mirar sus camisas, sus ternos, ni se diga su ropa interior. Siente odio. No sabe si hacia él o hacia ella misma por tantos años infelices, cuando pudo haberlo dejado mucho tiempo antes. —Llévalas a la iglesia— ordena a su empleada. Cuando Margarita sale, Jacinta limpia con vinagre para ahuyentar su olor, su presencia, en todo lugar donde perdura un recuerdo suyo.

Considera mandar a lavar las cortinas. Desde que le diagnosticaron mal de Parkinson a su marido, dejó de lado esos detalles, pero ahora al mirarlas... ¡Sí! Agarra un banco, sube y comienza a descolgarlas. De pronto, se sorprende a sí misma sonriendo. Se examina. 

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