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Carta 131 - LOTUS Y SUS PELUQUEROS.

Brota un chorro de sangre; mi corazón se dispara; lo miro; se queja; la piel se extiende. Más sangre; me aterrorizo; la piel se abre y se corre como si fuera una media nylon. Más terror.

–Ay Ma.

–Qué hago, Tiag. Acabo de embarrarla.

–No ma, todo está bien. 

Yo sé que no está bien. 

Qué no se entere el Sr. Guerreiro, porque recelo que va a explotar. Ese es mi primer pensamiento, ese y mi pena por el gato al que adoro. Tiag se encarga de ponerle alcohol; la piel se sigue extendiendo. Estoy aterrorizada. Tiag debe salir ya para el aeropuerto. No te puedes ir, Tiag, no ahora.

Bajo a explicarle lo que ha sucedido al sr. Guerreiro en espera de un grito descomunal. 

Me mira.

–Ay, Bubú, no entiendo, ¿pero qué pasó?

Mi cara es de terror.

–A ver, calma, estos animales vienen de la jungla, han aprendido a sobrevivir millones de heridas más grandes, no va a pasar nada, en cuestión de horas va a estar como si nada. 

Yo siento que no. Llamo al teléfono de emergencia de la clínica veterinaria, no responden, dejo un mensaje, espero me llamen pronto.

Tiag se va, finalmente, es lo mejor. Le digo que viaje tranquilo, que no se preocupe, aunque estoy a punto de tener una crisis de Addison. Lotus está herido y molesto, no se despide. Tiag le ha puesto alcohol, le ha curado lo mejor que puede, pero el felino le huye cuando intenta despedirse. Se marcha triste. Vino a Lisboa por una semana, pero sus clases comienzan al día siguiente en Dublín; la vida es esa, todo sigue, punto. 

¿En qué momento se nos ocurrió cortarle el pelo al gato ? Yo, la torpeza en patines, ¿cómo pensé que era capaz? 

Todo comenzó por mi típica frase, no debe ser tan difícil, luego de que el sr. Guerreiro sugirió que Tiag podía cortarle con la máquina que ha usado el peluquero. No debe ser tan difícil, pensé. No debe ser tan difícil, mi slogan habitual, aquel que siempre me mete en problemas.

Faltaba una hora y media para que mi hijo saliera rumbo al aeropuerto. Vamos a hacerlo, vamos, no debe ser tan difícil. Convencí a Tiag, quien no estaba tan seguro de lo que yo proponía. Ay, ma, no creo. Que sí, que si, insistí, está fatal, necesita un corte; está llegando el verano y su pelo está larguísimo, o sea, se va a asar en ese calor. Lo llevamos cargado en brazos al baño y manos a la obra. Y todo corrió bien... al inicio. El gato no estaba quedando tan guapo ya que la máquina le iba cortando desigual, pero no había problemas y Lotus estaba tranquilo. Total para él, desde su perspectiva, no distingue si se ve bien o mal porque él se cree el león de la selva. No padece, como yo, del síndrome de la impostora, así que todo fluía, hasta que a mí se me ocurrió tomar las tijeras para cortarle unas motas. Yo soy torpe, siempre lo he sido y ya lo he dicho. Comencé a cortarle con total decisión y, de pronto, apareció un hueco en la piel de su vientre, y luego otro y, minutos después, la sangre brotaba a chorros; y yo aterrada, cargada de culpa, pensando que había hecho algo terrible. El gato gemía y se veía mal.

Y la culpa era mía.

Y estuvo mal, muy mal, y nunca más lo volveré a hacer. Lo curioso, es que esa noche, esperando en vano a que la herida se cicatrice, Lotus me perdonó. Se acercó a mi cabeza y posó sus patitas delanteras en mi garganta y en mi frente, el mismo reiki que suele hacer cuando estoy enferma. Sospecho que él quería tanquilizarme porque no habían respondido de la veterinaria.

Y así, sin logar dormir, observo como este gato, un híbrido de persa e himalayo nació amazónico en Lago Agrio y llegó hasta Portugal como un migrante más, me mira fijamente y me perdona. En cambio, yo no me perdono. Le he prometido que seré su esclava por el resto de su vida, pero él esa noche decide brindarme un reiki para que me calme. Sigue con dos huecos grandes, y a pesar de que el sr. Guerreiro insiste en que estos animales vienen de los tigres y de los leones y están acostumbrados a sobrevivir en la selva, con lo cual ese tipo de heridas es lo más común, yo sé que al día siguiente deberá ser atendido por la Dra. Carla o la Dra. Mafalda.

La culpa me ha perseguido siempre. Todo es mi culpa inclusive cuando no lo es. 

Al día siguiente llamé y me dieron una cita para la tarde. El dictamen fue que necesitaba puntos y que requerían hacerlo bajo anestesia. Ya lo sabía. Para calmarme, la Dra. Carla me comentó que esto es más habitual de lo que imagino, que los gatos tienen una piel elástica que se rasga con mucha facilidad cuando se hace un herida. Me explicó cómo debo cortarle las motas la próxima vez, pero yo me prometí no volver a hacerlo nunca más. 

 

Lotus quedó en la clínica para su procedimiento. Lo recogimos por la noche; lo sentí muy adolorido. Entró a la cocina, comió un poco y se quedó mirando la ventana inmóvil. De nada sirvieron mis súplicas para que viniera a acostarse conmigo. Recordé una vez en que le cortaba las uñas a Nadia y una se me fue de más. Le dolió mucho, traté de hacerme daño cortando mi uña igual. 

 

Lotus es un gato especial,  aunque supongo que todos los animales son especiales para sus dueños; es difícil explicar la conexión. Nunca pedí tener un gato; llegó a la vida de Morgana y acabó quedándose conmigo. Dicen que los gatos escogen a sus dueños así que supongo que me escogió a mí, a Tiag y al Sr. Guerreiro. Y que también escogió vivir en Portugal. Tiene sus manías. Exige que su desayuno sea servido puntualmente, entre las seis y las seis y quince de la mañana, tarea propia del Sr. Guerreiro, a quien le reclama cualquier tardanza. Exige su segundo desayuno a media mañana. Su almuerzo tiene que ser en familia porque no le gusta hacerlo solo; y finaliza con algo light a inicios de la noche. Últimamente le ha tomado gusto a la sopa de vegetales que prepara Hanna y a la rúcula. Se acerca a mi plato y pretende que yo me retire. No le interesa que le sirva en su plato. A mí me impacta verlo completamente dueño de sí y tan seguro,  mirándonos con sus ojazos azules, desde su pequeño tamaño que no le amilana. Espera ser atendido en el horario convenido, sean comidas, salidas al jardín o cepilladas nocturnas. Adora sus rutinas y parece que vive feliz, particularmente cuando está acostado en mi cama, cuan largo es, junto a mis pies.

 

Todo esto del gato Lotus, me lleva a pensar y reflexionar sobre las veces que he herido a mis seres queridos y lo culpable que me he sentido. Soy una persona que para bien o para mal revisa siempre su pasado, supongo porque soy escritora, pero en mi mente solo me veo haciendo cosas buenas, aun cuando esto no siempre se da. De joven, tal vez, no me importaba mucho, era más irresponsable. Ahora no. Cuando he hecho algo que ha ocasionado un dolor en mi hermanos o en mis hijos, me cuesta asumirlo y quisiera regresar en el tiempo para hacer las cosas bien. No se puede. Hay que asumirlo, punto.

 

Lo de Lotus duró largo; fueron diez días de curaciones, de malestares y de comezones, no fue tan simple como todos imaginamos. Tal vez los tigres y los leones sobreviven en la selva, los gatos pelucones de hogares aniñados, claramente no. Este gato sufre de tos, ha tenido ya dos operaciones de piedras en las vías urinarias, anemia y algunas otras dolencias. Esto fue un extra que no lo necesitaba. Lo que me impactó fue la nobleza y su desesperación para tratar de hacerme sentir bien. Como que entendía que nunca tuve una mala intención, como que perdonaba mi torpeza. Fue una de las más grandes lecciones, pues uno espera ser reprendido, padecer la sentencia y él decidió no condenarme.

 

En todo caso los gatos tienen memoria corta y sí, necesitó puntos y le tocó estar con cuello isabelino durante dos semanas, pero siguió considerándose el gato más afortunado del planeta.

 

Yo lo observo. Él nos entiende y, sin embargo, siempre insiste desde su mini tamaño en que todo tiene que ser como a él le parezca. Lo admiro. Tiene la suficiente autoestima como para no amilanarse por ser una caricatura de león. Y mirarnos y exigirnos todo aquello que desee.

 

Para concluir, hace una semana recorrimos en carro toda Castilla la Macha para llegar a Valdepeñas. El Sr. Guerreiro, Tiag, Lotus y yo estuvimos unos días en Madrid. De regreso a Oeiras pasamos por Toledo porque me parecía necesario visitar la tumba de mi antepasado sefardí y agradecerle por mi nacionalidad. ¿Por qué entonces Valdepeñas? Porque este gato originario de Lago Agrio y residente del consejo de Oeiras se da el lujo de jactarse de tener su peluquero en Valdepeñas, Castilla la Macha, tierra del Quijote. Fue René quien lo trajo a Portugal y más tarde migró a España en busca de una vida mejor. René lo quiere y lo entiende. 

Tras dos pésimas experiencias con los cortes de cabello de Lotus, –la mía que terminó en sutura de puntos y la de hace dos años donde le raparon a nivel de vergüenza ajena, parecía como que le hubieran quitado hasta la dignidad–, no íbamos a arriesgar una tercera, así que de Madrid condujimos una hora hasta Toledo y luego otra hora y media hasta Valdepeñas donde se bajó un gato feroz pues tiene trauma ya con las peluquerías y terminó listo para el verano. No estaba contento, pero ahora agradece porque pasea por el jardín fresco y aliviado de no cargar tanta melena. 

 

Durante el proceso, nosotros, sus lacayos y mayordomos, esperamos, dos horas bajo un sol abrasador hasta que Lotus salió con los crespos hechos. A las cinco de la tarde arrancamos por carreteras rurales, en ciertos trechos culebrera, hasta llegar a Badajoz donde tomamos la autopista A5 para llegar a Oeiras. Era pasada la media noche cuando estacionamos el auto en nuestra casa; en total llevábamos más de quince horas de paseo, estábamos agotados. ¿El único contento a esa hora? Lotus. Disfruta más que nadie de viajes largos en carro, siempre que pueda recostarse encima de las maletas para poder observar el paisaje y los otros carros, intercalando esta actividad con largas siestas y visitas a cada uno de los demás pasajeros, incluyendo el conductor de turno. Estimo que también aprovecha estos viajes para reflexionar acerca de su vida y entonces ratificar su conclusión de que se considera un gato muy afortunado.



 
 
 

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