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Carta 133 - Marruecos


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Quise escribir un blog sobre Marruecos y ha pasado tanto tiempo que ya no sé si va a funcionar. De hecho, ya ni siquiera tengo claro si este es un blog sobre Marruecos o sobre mis sentimientos.

 

—¿Vienes, cuándo?

—En un mes.

—Ha pasado un año.

—Ha pasado un año.

—¿Qué tal si hacemos un viaje juntas?

—¿Claro, te parece, París, Roma, Copenhague?

—¿Y si vamos a un lugar que no conozcas y lo hacemos juntas?

—¿Marruecos?

—¿África?

 

Así chateaba con Marita, quien volvía a mi casa en Oeiras luego de un año. Siempre había soñado con conocer Marruecos. Juan Esteban, tú me habías hablado mucho. Mi madre, hace años, llevó a París, donde vivíamos, una alfombra que ahora está en mi cuarto, así como unos taburetes de Chaouen, el pueblo azul. Marruecos, estaba en mi lista. ¿Sería posible? ¿Me atrevería?

 

Adentrarse a explorar lo desconocido cuando se tiene una dolencia de cuidado asusta, sin embargo, comencé a soñar y de la mano de Mara, la joven decidida que me recuerda a Juana de Arco, comenzó a parecerme posible. Pensé en otra guía protectora y entonces apareció Grisy.  Grisy, la terapeuta, Grisy, la que conversa con los ángeles a los que ella llama ahora guías, o seres asistenciales, pero que yo los sigo llamando ángeles porque su significado, es decir mensajero en árabe, me cautiva, si creemos que no estamos solos y que nos acompañan guías para nuestro transitar por esta escuela llamada Tierra. Aunque pensándolo bien, seres asistenciales también suena bonito, me lleva a pensar en todas las maravillosas personas que he conocido y que, por una y otra razón, han pasado por mi vida y que me han ayudado a transitar. 


Para mí era un desafío, lo sentí, lo pensé y finalmente lo decidí.

Iríamos los cuatro: Mara, mi hijo Tiag, Grisy y yo. Pisaríamos África. Me parecía irreal. Un sueño. Grisy sostenía que el territorio nos aportaría circuitos, es decir herramientas, para enfrentar todos los desafíos que se nos presentarían a lo largo del año. Más vale que así sea.

 

Dos semanas antes comencé a sentirme ansiosa. Quiero ser valiente, pero en mi habitan varios yos y así como mora la niña exploradora y atrevida, también habita la mujer de sesenta años aterrada que tiene miedo a lo desconocido, y con ellas, la mujer que debe convivir con su insuficiencia suprarrenal, con lo cual cualquier crisis de salud puede ser mortal ¿Qué me podía pasar?  Mucho, cualquier problema gastrointestinal genera una posible crisis addisoniana. La comida no es la misma, el agua no es potable, en fin… Era un riesgo, pero estaba decidida a tomar las debidas precauciones y lanzarme al vacío.

Por otro lado, el tour que nos recomendaban por la cordillera Atlas conllevaba de 8 a 10 horas de carro todos los días y mucha caminata, (un riesgo para mi rodilla operada hace no mucho) más probablemente harto calor. Todo eso podía debilitarme, deshidratarme. Sin embargo lo quería hacer. Pasaron los días. Mara aterrizó en Lisboa y comenzamos a empacar. Cuarenta y ocho horas más tarde nos encontramos yendo al aeropuerto con una maleta llena de bolsas de proteínas, electrolitos y remedios por cualquier eventualidad.

 


Foto: Mara Ramírez
Foto: Mara Ramírez

Nos íbamos a África. Camino al aeropuerto sonreímos emocionados. Sonaba lejano, pero era cerca. Literal, se puede llegar por tierra en algunas horas con una breve travesía marítima. Más demoró la espera en el aeropuerto pues, tras una hora y media de vuelo, comenzamos a descender. Miré por la ventana: la tierra era rojiza, un paisaje tan distinto a Portugal y a la vez tan cercano. Íbamos rumbo a la aventura. Al poco rato, aterrizamos y una sensación de felicidad me invadió al pensar que íbamos a pisar territorio africano.  

 

El avión recorre la pista del precioso aeropuerto blanco de Marrakech, moderno, elegante, hermoso. Presentar nuestros documentos se siente extraño. Sé que estamos dentro de otra cultura, una donde las mujeres no somos iguales.  Hablo en francés y el oficial de migración nos pregunta qué hacemos. Le cuento que escribo y me pregunta si son novelas de amor. Más o menos, respondo. ¿No escribe sobre política? Para nada, le aseguro. A Marita la tratan como a diva, por ser colombiana, el país de la legendaria Shakira. Es el primer lugar donde casi que le hacen calle de honor a una ciudadana colombiana. Le preguntan si conoce a la gran estrella. Solo en Marruecos alcanzaría a dimensionar el verdadero poder de esa cantante. En cualquier esquina se escucha su tema sobre África, hasta cuando estamos en los pueblos de las tribus berebere, hasta cuando estamos entrando al Sahara. Donde sea. Me impacta que ahora Shakira, la portavoz de las mujeres liberadas, tenga tanta influencia en un país donde todavía hay muchas que caminan con burka, donde los hombres dicen respetarlas, pero se siente que tal vez aún falta harto camino por recorrer hasta alcanzar una paridad.

 

Y de repente salimos de la puerta del aeropuerto cambiando a dirhams, nuestros euros y ya está, nos encontramos en otra cultura, en otro mundo. Miro y por las calles: ¡dromedarios!, pensaba que eran camellos, pero me explicarían que no, por tener solo una joroba. Verlos caminar me lleva a mundos de Las mil y una noches. No puedo dejar de contemplarlos.  De cierta forma me siento cerca de Guayaquil y luego pienso, es obvio, cuánta migración árabe se dio en esa ciudad.

 

El cuarto de nuestro hotel en el Ryad me deslumbra, tiene un zapato dorado y un baño del mismo color. La puerta da a una pequeña piscina. Luego entendería cuán importante es el sonido del agua. Tiag y Marita salen a recorrer la ciudad, yo me quedo. A mí me gusta esa soledad, digerir un momento que he pisado el territorio de África y de la cultura musulmana. No me encanta ese cuarto sin ventanas, pero sí me fascina el hecho de que me encuentro en un ryad y de que la decoración me lleva a soñar. No puedo dejar de pensar en Las mil y una noches otra vez. De pequeña devoraba un ejemplar resumido de esa maravillosa obra que me había comprado mi madre; me conocía tantas historias, de hecho fue la puerta a la cultura musulmana. Recorro nuevamente la habitación, son esos instantes de estar conmigo misma los que busco en un viaje, esa sensación de estar lejos de todo lo habitual, eso que me permite por un momento tomar distancia de todo y volar.


No hay nadie en el cuarto, la maleta está abierta; me siento sobre la cama del hotel, como mi yogur, garabateo unas palabras o frases en mi libreta de notas y sonrío.
Foto: Mara Ramírez
Foto: Mara Ramírez

Y al día siguiente se inicia el tour, mi amiga y maravillosa terapeuta Grisy ha llegado la noche anterior. Nos encontramos ante un café humeante y aromático, y sí, puedo contar acerca de todos los palacios y maravillas que visitamos, pero a mí me impacta el acercarme a un señor que guarda unas cobras en un cesto y a quien le pido: la más grande para la foto. Puede ser lo más turístico del mundo, pero para mí es una unión con algo más profundo. La cobra representa ese poder sobrenatural. Siempre me han encantado las culebras, nunca les he tenido miedo. A lo largo del paseo, nos insisten, que las mujeres aquí son respetadas. Sonrío para mis adentros, tal vez más que en otras culturas, pero si tienen que repetirlo tanto es que tal vez todavía falta. Quisiera que fuera diferente. Supongo que nunca será fácil ser mujer hasta que aprendamos de verdad a que no nos importe el criterio masculino, hasta que de alguna manera nos demos la mano a lo largo de tanta injusticia y machismo. Tal vez hemos sido nosotras mismas las que hemos permitido tanta opresión, tal vez nos da miedo mirarnos y aceptar nuestro poder. Es complicado. Aparentemente somos iguales, pero no. Hay un miedo patriarcal. La cobra, por un momento, me contagia ese poder y por unos segundos siento que puedo llegar a donde ansíe.

 

Un día después empieza el recorrido hacia la cordillera del Atlas. El recorrido es uno y lo anoto, pero lo que cuenta son los sentimientos. Horas y horas recorriendo paisajes que nos envuelven. Llegar hasta uno de los escenarios de Game of Thrones, pasar por la puerta de Lawrence of Arabia. Visitar un kasbah, tomar té de menta, recordar el hamman del día anterior. Uno de esos días colocamos Carlos Vives para que Amine entienda nuestra música. Somos cinco personajes tan distintos recorriendo una misma carretera: Grisy, mi consejera, mi maestra, cuestionándose todos los dogmas; Marita, la fuerte, la guerrera, la aventurera, la que no le tiene miedo a nada y se preocupa por mi bienestar; Tiag, el chico más bueno y dulce del mundo, el que pide en recepción el yogur, la fruta y el pan para que yo cene saludable mientras ellos van a disfrutar de verdaderos festines arriesgándose una noche con camel burguer y acabando intoxicado por dos días, y; Amine, a quien comencé viéndolo como el guía distante y al que terminé respetando y admirando. 

 

AMINE


Hola, buenas, soy Amine, de Marruecos, exactamente del sudeste del país, el Sahara o desierto. Soy nómada, de la tribu Tuareg Saharaui. Es una persona que habla muchísimos idiomas, inglés, castellano, berebere, dialecto saharaui, portugués, y un francés perfecto; de hecho tiene un bac francés y una licenciatura en geografía. Joven, tiene 32 años, soltero, lleno de curiosidad por el exterior y a la vez de amor por su tierra. Se la conoce a la perfección. Durante la pandemia se refugiaron en el Sahara, es decir fueron libres. Por las mañanas se veían obligados a revisar si no llegaban las culebras. Suelen hacer con los amigos las terapias del desierto, que significa enterrarse. Les deja limpios, dice. Amine, quien me explica lo que es crecer dentro de una familia de nómadas.  Es duro, nada poético dice. Vivimos como nómadas, antes de entrar al pueblo con mi familia, ocho personas, padres, hermanos y abuelos. La tribu tuareg, saharaui berebere, es la gente original. Mi vida ha pasado rápido porque muchos años la viví como nómada. Protegíamos a las caravanas del desierto. Mi pueblo es muy conocido en el mundo, es la puerta del Sahara. Desde niño trabajé con turismo y aprendí idiomas. Nos cuenta que tenían que cazar los animales, tenían que buscar donde dormir. Entraron al pueblo cerca del desierto cuando ya tenía seis años. Amine, el hombre que nos acerca a Marruecos, el joven que siempre sonríe y es feliz, el joven a quien conocen en todos los pueblos, que saluda con muchos, que habla sin tartamudear en árabe, en dialecto, en berebere o en francés. Amine, el joven que se detiene a comprar un corazón hecho con rosas para aromatizar el coche en el que viajamos y sonríe a quien se los vende. Amine, de mirada dulce y sonrisa amplia, tan parecido a mi antiguo asistente Pablito, a quien a veces recuerdo en nuestras aventuras. Quito, Marrakech: un rostro. Los nómadas tienen una vida dura, pero él siempre fue feliz.  Con él aprendo que no se dice desierto del Sahara porque Sahara significa desierto. 

 

EL HOTEL DE DADES


Mi nombre es Enrique, soy detective. Estudié criminología y soy español. Para una novelista no puede haber situación más emocionante.  ¿Por qué no puedo conocerlo más? ¿Por qué no podemos quedarnos más días en ese lugar tan fascinante?  ¿Por qué a veces me faltan las fuerzas para seguir recorriendo el mundo?  Hago una pausa para explicar algo que nació en mí cuando llegué a Portugal sola con Tiag. Nunca me hubiera imaginado que disfrutaría tanto mudándome de Airbnbs, que el tener dos maletas y media me brindaría una libertad única y que mi sueño para cuando acabara la pandemia sería dedicarme a viajar.  No he podido hacerlo como quisiera, porque ocurrieron situaciones que me frenaron: el primer año el confinamiento mundial, el segundo año una cirugía para el sr. Guerreiro, el tercer año me puso en pause pues tuve mi accidente de rodilla, el cuarto fue la, la mudanza y frustrante renovación de la casa con la que tengo que hacer las paces, de manera que no ha sido tan fácil, sigo soñando que conoceré el pequeño Portugal de cabo a rabo. Y sin embargo, y a pesar de todo, durante esto cinco años he recorrido ciudades y países increíbles, como Dublín, Madrid, París, Londres, Escocia, Islandia, Grecia, Edimburgo, San Diego, Boston, Nueva York, wow, y ahora Marruecos. 

Enrique estudió criminología, es español, oriundo de Málaga y ahora, por un acto de amor se encuentra gerenciando el hotel de Dades de su amigo marroquí porque en algún momento fue él quien le ayudó en su juventud. A un amigo no se le falla, aclara. Con mi esposa estábamos decididos a dedicarnos a viajar, ya estábamos en una edad en que contábamos con las posibilidades y el tiempo. Los hijos se habían marchado y de pronto se dio esta situación y aquí me encuentro, yo aquí, ella allá con el perro. Es un hotel que fue construido por los dos hermanos, piedra por piedra, con un gusto exquisito, con detalles únicos. Es imposible no agradecer el sentirse allí.

 

EL SAHARA


Foto: Mara Ramírez
Foto: Mara Ramírez

Amine nos espera con su túnica azul añil. Sonríe. Nos preparamos para llegar al desierto. Siento un ligero temor. La travesía es larga, poco a poco la vegetación se acaba. De pronto Amine señala el primer espejismo. Me quedo pasmada. Es tan real. Amine sonríe ante mi asombro. En el camino Fátima, la joven que me cautiva, que mira a Tiag con ojos soñadores y le tatúa en su muñeca: hombre libre, con timidez y quien sabe si en su interior no se cuestiona, no siente si tal vez, si las culturas no fueran tan distantes, ellos podrían salir. Nunca más se volverán a ver, pero los ojos negros de ella le dicen: ojalá regreses, mientras tanto te deseo que seas un hombre libre. Nos alejamos, ya vamos vestidos para el desierto, siento una ligera angustia. Sonará muy turístico y todo pero sentirse que a uno le preparan para el paseo impacta. Quedamos cubiertos completamente, yo escojo un pañuelo de color azul y solo quedan mis ojos. Nos esperan, trepamos al dromedario: agárrate bien, impúlsate para adelante para no caer y arranca. Dios, estamos en el Sahara, aquel lugar que solo he contemplado en películas, estoy viviendo un sueño. No lo hubiera imaginado posible. Y de pronto el atardecer y la felicidad toca a la puerta. Nos encontramos los cuatro sonriendo. Por la noche me invade la paz, sería capaz de quedarme y quedarme y quedarme, y solo escribir, tantas historias por contar. Tiag entra en el ritmo de los tambores. Lo invitan a tocar. Conversa con un chico de su edad. Y si me quedo, ma. Me gusta demasiado aquí.

La mañana nos obliga a salir, vienen a buscar a Mara y a Tiag para que regresen en dromedarios, nosotros lo hacemos en cuatro por cuatro saltando las dunas. No me gusta volver y de hecho me golpea Fez.

 

FEZ


Foto: Mara Ramírez
Foto: Mara Ramírez

La medina de Fez. Durante muchos años te escuché, Juan Esteban, acerca de la medina de Fez, de la facilidad de perderse. De lo fascinante. Pasar del Sahara a un lugar tan lleno y asustador, donde se mezcla el olor del cuero de la curtiembre a la que entramos oliendo hojas de menta, con las cabezas de cabellos y las de ovejas, donde la gente pasa por millares, donde hay calles a las que no ingresa la luz del sol; donde se juntan el judaísmo y la religión musulmana; donde casi colapso frente al señor que intenta venderme una alfombra y casi se la compro, a pesar de que el piso está siendo retocado ese día en mi casa de Oeiras y no la necesito. Fez, donde perdí mi energía y la reencontré en Chefchaouen, el pueblo azul.

 

RYADS


Las casas en Marruecos funcionan hacia adentro. Por afuera no se sospecha la maravilla que hay detrás.  No quieren mostrar el lujo y también quieren esconder a las mujeres, eso me molesta, como me molesta el que no haya ventanas, pero cuando entramos a cada uno de ellos igual nos maravillamos. El de Fez es algo ya fuera de serie, demoró cerca de dieciséis años la renovación, eso me manda un disparo helado de miedo por mi casa. ¿Será que algún día la voy a acabar?

 

ESPACIOS TIEMPOS Y LUGARES 


Foto: Mara Ramírez
Foto: Mara Ramírez

Muchos días nos encontramos cada uno de nosotros enfrascados en nuestros pensamientos. Grisy va a adelante porque a veces tanta curva la marea. A mí me gusta ir detrás y dejarme llevar por mis diálogos interiores. Me gusta mirar por la ventana. Cuando contemplo las Gargantas del Todra, se me eriza la piel. Estoy y me siento en otra dimensión, parece un sueño. Una tarde tengo a un mono abrazado a mi cabeza que me quita todo el stress de Fez, sonrío emocionada. Lo he logrado. Para quien está en Portugal esto no es novedad, pues Marruecos queda a pocas horas en coche, es solo atravesar, entrar en el ferry y ya está, es una hora y un poco más de avión, pero yo vengo de Ecuador, del lugar donde África es al otro lado del mundo y ahora a mis sesenta años he hecho realidad este sueño y me siento bien.

Me cautiva el constante olor a rosas que no nos desampara ni de noche ni de día.

El viaje acaba. El chofer nos conduce al aeropuerto de Tánger. Me hubiera gustado conocerla, ya no nos da el tiempo. Vamos al aeropuerto y esperamos el vuelo a Lisboa.

 

Nosotros dejamos África, pero África no nos dejará y yo te digo Amine: hasta siempre querido amigo. 

 

Aterrizamos tarde y al llegar a mi casa constato que esta morada tiene mucho de un ryad y de Marruecos. ¿Extraño ¿no? No lo había pensado y había estado construyendo un ryad. ¿Será que nuestro espíritu conoce más que nosotros donde mora nuestro verdadero yo? Me encamino a mi estudio y vacío dentro de la botellita que compré en el aeropuerto de Tanger, la bolsa de arena que llené en el Sahara. La pongo junto a la botella de ceniza del volcán Pichincha y junto a mis piedras del muro de Berlín.

 

Así pasaron los meses y ayer por la noche escucho la voz de Amine porque Mara le ha pedido que grabe su vida y mientras, llena de nostalgia le presto atención, me percato que mi estuche de pastillas dice Marruecos, lo compré en la tienda turística de Chaouen. Por un momento cierro los ojos, siento el sabor del té de menta, el olor inconfundible a rosas y vuelo a Marrakech. 

 
 
 

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