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Carta 132 - QUITO, QUITO, LINDO QUITO DE MI VIDA

Cuatro años y medio. Tenía cincuenta y cinco. Me iba. Volví pero no volví.  Llegué por dos días, un año después, de camino a Guayaquil.  Regresé nuevamente por cuatro días, un año más tarde, y acabé en el hospital, o sea que en el fondo no volví. Quito, Quito, Quito. Estaba decidido, pero no lo quería hacer del todo. Me ponía excusas, procrastinaba. 

Compré el pasaje en el mes de abril. Conversé con Tiag pues me parecía importante que regresara a su lugar de origen; él sí que no había vuelto en cuatro años y medio y no tenía ningún deseo.

            —Ya vas a ver lo diferente que te sientes.  No te vas a arrepentir.

            —No, ma, no me interesa. Quito se acabó. Ahora mi vida está en Portugal y en Irlanda.

            —No, Tiag, hazme caso, no te vas a arrepentir.

            —No, ma, ustedes las mujeres son todas emocionales, nosotros somos más fríos. No me interesa.

            —Está bien, entonces me acompañas, porque yo no puedo viajar sola por mi Addison y además necesito ayuda para cargar todo lo que voy a traer.

            —Ay, ma, pero vamos lo mínimo necesario y, ¿qué tanto tienes que traer? No entiendo.

            —¿No quisieras quedarte un par de semanas adicionales?

            ­—No, ma. No.

            Ok, sería lo mínimo necesario, para mí diecisiete días exactos que me permitirían revisar una bodega llena de documentos y objetos personales que quedaron en pause cuando salí, renovar la cédula y el pasaporte, actualizar datos en mis tarjetas de crédito y gestionar algunos asuntos en mi cuenta bancaria. No sería tan sencillo si se tiene en cuenta las colas y el hecho de que no hay citas para la cédula desde hace más de cinco meses. Aparte, quería estar con mis hermanos, tíos y amigos, pero tenía miedo de colapsar. 

Planeaba todo esto mientras procesaba mi continua frustración con la renovación de la casa en Oeiras que tan complicada ha resultado y de la que me arrepiento a diario para molestia intensa del señor Guerreiro que insiste en que a la vida hay que verla con el vaso lleno, mientras que a mí se me antoja siempre vacío. (Qué voy a hacer, él es positivismo puro, mientras yo soy el negativismo a la novena potencia, siempre lo he sido, nada puede salir bien porque definitivamente todo va a salir mal).

            Así que me imaginaba todos los cucos: volvería al hospital, la altura me agarraría muy fuerte y seguro, pero seguro, la comida me iba a caer mal. Y de las tres predicciones, la única que no ocurrió fue la del hospital, pero casi.

            Vivir con Addison no es fácil, de hecho es muy pero muy complicado y bastante deprimente. Y creo que mi pavor es que, cuando se presenta una crisis, cuento con escasas horas para no colapsar. Yo no lo comento mucho, pero es una enfermedad seria y poco conocida, inclusive entre los médicos. A veces me asombra cuán silenciosa soy acerca de ella. La verdad es que en general, cuando me siento bien, la engaveto y punto.

            En todo caso, trataba de no pensar en el viaje, en lo que significaría para mí volver a mi país de origen, a la ciudad que de alguna manera había descartado por otra nueva. No sabía si el territorio me perdonaría la traición.

Tiag y yo dejamos Quito en medio de una pandemia hace casi cinco años. Entramos a un aeropuerto vacío. Poquísimos pasajeros. Todos llevábamos máscaras. No sabíamos con lo que nos íbamos a encontrar. ¿Qué significa empacar tu vida e irte, dejar todo, salir? Y es que no sueltas todo aunque lo deseees, te vas contigo, con lo bueno y con lo malo, con mi enfermedad y con mis sueños, con mis virtudes y con mis defectos, con el miedo, la angustia y la fuerza.

Yo abandoné Quito por un deseo de desafiarme, de salir de mi zona de confort, por una necesidad de calzarme las botas de las siete leguas de Pulgarcito y salir a recorrer el mundo. Quería descubrir si lo lograba en un sitio completamente diferente. Ahora, Quito nunca me trató mal, al contrario, es en Ecuador donde me forjé como cineasta, como novelista y como directora de teatro. Logré mucho y siempre estaré agradecida. Tuve los medios y la acogida para hacerlo. Sin embargo, tenía miedo de volver, era como si hubiese muerto, como si hubiese entrado a otra dimensión y tocara nuevamente atravesar el portal. No lo puedo explicar, pero era casi como que esa realidad que había abandonado solo formara parte de la pantalla del celular o de mi computador.

            Una semana antes volví a revisar mi agenda con mi sobrina y asistente, Marita. Me invadió el pánico de ser incapaz de cumplir todo a lo que me había comprometido. Tenía pavor de no conseguir ver a todas las personas que quería. Ese estrés es una de las características del Addison y uno siente que es inmanejable.


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Pero, como todo en la vida llega, el día del viaje arribó.Tiag y yo volamos de Lisboa a Madrid. Pasada migración, tuvimos que correr a una velocidad brutal para alcanzar la terminal 4S y llegamos justo cuando estaban a punto de cerrar el embarque al vuelo de Iberia rumbo a Quito. Casi sin tiempo ni de respirar, nos sentamos y el avión despegó. Ya no podíamos echarnos para atrás. Sentí un hueco de ansiedad en el estómago.

            Ya en el aire, curiosamente, me sentí cómoda. Miré la fantástica Blanca Nieves, muda y en blanco y negro de Pablo Berger y The friend basada en la maravillosa novela homónima de Sigrid Nunez, películas que me llegaron mucho. El avión a veces consigue que logre poner todo en perspectiva y me sienta en paz. Le ocurría lo mismo a mi padre. Solía comentar que cuando el avión se elevaba, respiraba tranquilidad. Fue cuando anunciaron que estábamos próximos a aterrizar que observé las montañas, ¡qué montañas! El verde de la sierra me emocionó y le dije, coloca el tema Los andes del tío Juan, Tiag. Creo que todo aterrizaje a Quito debería ir acompañado por esa fantástica composición. Sentí la emoción de Tiag y lentamente el avión descendió hasta que se posó en la pista. Habíamos llegado.

            Y a pesar de la altura que comenzó a hacer efecto, me sentí bien y pasamos migración. Me llegó la bienvenida del funcionario quien me sonrió y me advirtió, si no renueva su pasaporte, no podrá salir. Y yo le respondí, para eso he venido, jefecito. Y aunque ninguna de las maletas llegó ese día, no se me quitó la emoción del momento, la que se duplicó cuando vi el rostro de muñeca de mi hermana y el de Nina, mi sobrina, con su sonrisa toda resplandeciente. Parecía mentira, estábamos juntos. Estábamos en Quito, nos estábamos abrazando. La casa de mi hermana, donde me iba a hospedar durante unos días, era hogar. En el fondo, parecía como si hubiera llegado a la casa de mi madre. Se sentía bien, se sentía seguro, su casa de estilo gótico, me abrazaba. Y esa noche reímos todos a carcajadas junto con mi cuñado Simón y, a pesar del cansancio, no me quería acostar.

 

            Viernes 4 de la tarde

            Me encuentro en el cuarto que me cedió mi sobrino Luka,  me siento con mis libros y tengo esta sensación de alegría y de paz. A mi lado se encuentra el pequeño tanque de oxígeno, al que llamo de cariño R2D2 (ARETUDITU) para ayudarme con mi mal de altura. Todos han salido al lanzamiento del juego de video de mi sobrino Julián (fantástico por cierto). Yo no puedo moverme para no agitarme. Esto no es por la edad, toda la vida me sentó fatal aterrizar en Quito, mismo cuando vivía allí. Debía pasar uno o dos días aclimatándome, hasta cuando regresaba por tierra de la playa. Esa tarde, en total soledad, me siento bien, bien de estar en la ciudad a la que he dejado hace ya casi cinco años. Bien.

 

            Sábado 11 de la mañana

Dos bolas oscuras se clavan en mí. Conozco a Franca y enloquezco. Esa bebé me mira con una seriedad que impacta. La tomo en mis brazos y agarra con sus manos mi pelo crespo y largo; tirando con sus deditos para un lado y para otro. Me derrito. Siento ganas de llorar. Esa niña es mi sobrina, quiero mimarla el resto de mi vida. Sé que por estar viviendo lejos, me voy a perder de verla crecer. Me entristezco al pensarlo.

 

            Sábado 11:05 

Abrazo a mi tía Maria Elena. Mi tío Roque se ha ido definitivamente de este plano unos meses antes. No lo acepto. Mi tío Roque, que siempre apoyaba todo lo que yo hacía, no está más. No lo acepto; quiero que regrese del más allá y me diga, aquí estoy Vivi, para lo que quieras, yo te apoyo. Es lo que ocurre cuando uno se aleja, porque de haberme quedado en Quito, hubiera estado cerca en su enfermedad, lo hubiera acompañado, hubiera acompañado a mi prima Luci que es como mi hermana. Eso me golpea. ¿Por qué Quito no queda más cerca? ¿Cómo puedo hacer para viajar más seguido?

 

            Sábado 4 de la tarde

Llego donde mi cuñada Isabel y encuentro antiguos amigos; todo parece tan irreal. Tocan el Clandestino de Manu Chau y miro a Lisandra y a Mauricio y me transporto a otros tiempos, ¿cómo pasó tan rápido? Me río con Ana María y su hija, converso con Isabel. Se siente bonito estar ahí. Luego me llevan de vuelta a la casa de mi hermana; la altura sigue haciendo efecto, mejor descansar.

 

            Domingo 11 de la mañana 

            Larga conversación con mi hermano y su esposa. Me mueven muchas emociones. Agradezco la oportunidad de haber viajado, de ver su vida ahora hermosa. Salimos luego a donde mis tíos Mónica y Gustavo, no sé si estoy lista para aún más emociones. Volver al pasado significa enfrentar mucho. No es fácil, es una mezcla de alegría y tristeza. Es como si el tiempo no hubiera transcurrido, pero esto es un fantasía, porque sí pasaron los años. Uno a veces trata de dejar engavetado todo, inclusive las emociones, y luego cuesta sacarlas de sus cajas.


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            Y así pasan los días y me enfrento a mi salida a Quito, a mi Airbnb en la González Suárez, a la que será mi casa durante diez días, a conducir en esa ciudad loca un auto con marchas por tratar de ahorrar; casi colapso. (Años acostumbrada a la conveniencia del automático). Me despedí para siempre y heme aquí de vuelta, caminando por la avenida que fue parte de mi rutina diaria por tanto tiempo. Voy a tomar un café con Irina en mi antiguo edificio. Pienso que no lo voy a lograr porque me va a remover mucho por dentro, pero ingreso y resulta que me fascina como está el edificio y se me ocurre que, si en un caso hipotética regresa a Quito, volvería a comprar mi viejo departamento. Me gusta tanto como cuando lo conocí por primera vez. Desayuno con mis amigos. Todos me reciben emocionados, Carlitos, Alberto, cuántos recuerdos. Almuerzo con mis compañeras de colegio. Milagros, mi amiga de toda la vida, me espera con manjares. Su casa es una belleza, su madre viene a sentarse junto a mí, y mi rostro se contrae emocionado como cuando me pongo tensa. Siento que se me tuercen las mejillas porque la garganta tiene el llanto a punto de brotar. Espero que mis amigas no se percaten de cuán drenada estoy. Se han preparado para estar conmigo y el cariño de Valeria, Pichu, María Florencia, María de los Ángeles y María C., me trastornan.

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Llego esa noche a despedirme de mi hermana; todo pasó tan rápido. Se encuentra con mi tía Gabi, la mujer más guapa y elegante. Mi hermana viaja a Nueva York al día siguiente, qué sentimiento tan extraño comprobar que no la veré más durante este viaje. Me maravilla haber estado junto a Nina, mi sobrina adorada, qué madurez, qué sensata en sus conversaciones. Cómo la voy a extrañar. ¿Es entonces un paraíso el volver? Pareciera que sí, sin embargo, los sentimientos te juegan y a veces te encuentras percatándote que todo, por bonito que parezca, a la vez es doloroso pues es un tanto irreal, son sonrisas del momento que ya no pertenecen a la realidad actual, por más que uno las quiera traer al presente.

            En los días siguientes tengo la suerte de asistir a la presentación del video juego de mi sobrino. Es una maravilla. Vamos junto con mi tía María y con mi hijo, luego a una pizza, qué bonito se siente. Unos días más tarde tengo la oportunidad de ver en privado el documental de mi hermano sobre su nana; es una maravilla. Lloro y lloro y agradezco poder transportarme en el tiempo, ¿cómo se dio esa magia? Julián, Lucía, Sebastián, Karen y yo. Es un momento perfecto, un instante que no podremos olvidar, como no olvidaremos ese llanto y ese abrazo entre todos. Pero mi cuerpo con Addison se resiente con tantas emociones y por las noches me atenaza la angustia, una angustia que no había tenido en mucho tiempo; se me engarrotan los músculos. ¿Tal vez entiendo a Ulises cuando volvió a Itaca y prefirió mantenerse escondido?

            

            Y es que no alcanzan las horas para hacer todo lo que uno quisiera. Mara trata de que mi agenda se adapte, pero a veces no se logra. Sin embargo, hace magia y consigo ver a su abuela y, con su madre, me preparan un almuerzo de pre cumpleaños. Y ponemos música colombiana y bailamos recordando tiempos pasados. Y alrededor, las mil burocracias: renovar la cédula, renovar el pasaporte, ir al banco veinte veces, que me saquen sangre, ir al dentista, no lo sé; me quedo con una noche en que estamos solos Tiag y yo aislados por un momento y nos ponemos a mirar una película. No respondo llamadas, no respondo mensajes. Un momento de soledad para lograr digerir todo lo que estoy viviendo.


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Quito es extraño, te jala y, a veces, no te deja salir. La maldición del Pichincha, sostenía mi personaje El Chacal en El teatro de los monstruos. Siento que si me quedo más puedo quedar atrapada otra vez. Y por eso me probó como me probó. Por razones imprevistas, volví a La Victoria, la casa de mis abuelos. Un capítulo que para nosotros se cerraba definitivamente porque se había vendido. La casita del frente, que fue construida por mi mamá tenía que ser vaciada. Nos encontramos una tarde con mi hermano Sebastián para la tarea. No es fácil describir el cúmulo de sentimientos. Espero a que llegue mi tío Germán, él debe estar más golpeado con la venta. Lo veo desde la ventana estacionarse en el espacio que divide la casa de mi madre con la casa de los abuelos. Él sonríe, parece contento, se que guarda mucho. Cenamos en familia, sabemos que es la última vez en esa casa llena de fotografías y recuerdos y yo opto por dormir en el cuarto donde se encuentra la cama de mi madre, la que la acogió durante su enfermedad, la cama de la que salió al hospital para su transición final. No te extrañe si te visita la abuelita, dice Tiag, pero no, aunque me cuesta dormir, me parece que no tuve sueños con ella, es la última vez en ese cuarto, para siempre. 


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            No quiero olvidar mis dos citas al registro civil, ¿puede uno decir que esas burocracias son bonitas y especiales? Contra todo pronóstico, en las dos ocasiones me sentí en casa. Recoger mi cédula me hizo aceptar que mi país es mi país y lo mismo ocurrió con el pasaporte. Hay cosas y momentos inexplicables donde algo que puede parecer pesado se torna un momento único. Señora Viviana Cordero, acérquese por favor a recoger su documento, un día la cédula, otro día el pasaporte. Sí, el documento que prueba que nací en este espacio y que es parte de mí como lo es ahora también mi país elegido por voluntad.

 

            Una noche mágica: llega mi prima Luci que es casi como mi hermana con una botella de oporto. Nos quedamos hasta la una de la mañana en grandes risas, contándonos nuestra vida. Lo bueno de irse es que cuando hay reencuentros estos tienen una intensidad que no la tiene la vida diaria. Prometemos encontrarnos pronto y nos damos cuenta que estamos puestas el mismo buzo de lana cuello tortuga color verde, increíble. Otras noches mágicas, las conversaciones con mis amigos escritores y mis actrices, el regalo de Karina, mi actriz del Titán, ha hecho una muñeca basada en mí. Tal vez lo bonito de irse y no estar muerto es que puedes regresar y abrazarte con todos. Hay algo especial en todo eso. Poco a poco hago mis paces con el regreso.

 

            Un día antes de volver a Portugal llamo a dos amigas queridas que no voy a poder ya ver, la una es Denise quien más que mi compañera de colegio es un ser humano que me ha acompañado en momentos muy fuertes y aunque a veces pasen años sin vernos, cuando volvemos a conversar es como si hubiera sido el día anterior, y la otra es mi cuñada Lucía, porque esas relaciones no se rompen y siempre seremos cuñadas. Conversamos por horas y la siento cerca; esas dos charlas me incitan a querer volver porque esas relaciones se mantienen a lo largo del tiempo y de la distancia. A la mañana siguiente me despido de mi genial y estupenda amiga Milagros; ha pasado tanto tiempo y la sigo entendiendo como cuando éramos jóvenes y ella me sigue entendiendo a mí, tan diferente a ella.

 

            En definitiva, me faltó tiempo, mucho tiempo. ¿Hubiera querido quedarme más? No lo sé. Cuando se toman decisiones tan brutales como migrar, siempre va a faltar tiempo. Recuerdo cuando volvía de París y sentía que la única ciudad que me hacía feliz era Quito. Después esa sensación se fue y me vino este deseo de recorrer el mundo. Ahora, por alguna extraña razón, vivo en Lisboa y ya no es la ciudad mágica, es lo que es. Con lo bueno y con lo malo, mucho de bueno y a veces de malo, se fue el efecto luna de miel, pero cuando salgo y camino por el passeio marítimo me pregunto qué hice de bueno en la vida para haber recibido ese regalo. 


Tomar un avión para cambiar el tiempo y el estado. Antes de ayer estaba en mi Quito lindo de mi vida, ayer en un avión y hoy en la ciudad de la luz buena: Lisboa. Y hoy parece como que nunca estuve ahí pero tengo que escribirlo porque lo único que mantiene vivo un recuerdo es la palabra. 


Qué dividida he quedado. Qué fuerte fue el viaje. Antes lo hacía sola, ahora no creo que podría.

 

Hasta pronto querida Milagros, querido Gordito, querida Luci, querida Denisse, Ruby, Carlitos, Vale y Xavier, Karina, Ana María, y la infaltable Margarita, quien logró empacar a la perfección y con tanta delicadeza todo lo que quería llevar; gracias queridos todos los que quisieron e hicieron el esfuerzo de verme en esta ciudad de tránsito insoportable y hermosos cafés, estamos a un whassap de distancia, que no se nos olvide. Y espero en algunos meses, tomar otra vez el avión, atravesar el océano y esta vez sí ir solo a disfrutar con las personas que quiero. Gracias, querida Bianca, uno de los momentos más especiales fue cuando entraron Mari, Nico y Mara con la hermosa perrita Bianca, camuflada, escondida, pero con su gran sonrisa para saludarme. Me conquistaste con tu sabiduría y tu elegancia para sentarte a mi lado y brindarme todo tu cariño. Creo que te encantaría Portugal y venir a conversar con el gato Lotus.

 

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Gracias Marita por lograr que Quito me siga pareciendo hogar. Te puse a prueba, te obligué a conducir con marchas, te hice correr pero también nos reímos a carcajadas en muchas ocasiones. Sospecho que también rogaste para que me marchara pronto y te dejara en paz porque reconozco que soy obsesiva y ya con manías de vieja. Ya van algunas aventuras juntas. Todavía me falta contar nuestro viaje al África, comiendo camel burguers; será en el próximo blog.


¿Y en cuánto a Tiag? La tierra le jaló y quiere regresar muy pronto. Se sintió en casa, se sintió feliz.

En el fondo, el planeta es pequeño, si nos sentimos solos estamos a un zoom, whassap o llamada de distancia; nos queda mucho por recorrer, así que por muchos viajes más.

 
 
 

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