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Carta 125 - LOS GLOBOS DE MARITA


LA MUDANZA, DÍA 2

Eran las siete de la mañana y abría los ojos por primera vez en mi nueva casa. Constatar una realidad sacude, pero no sentía ansiedad. Solo me impactaba el aceptar que no había marcha atrás. Que todo llega. El cuarto tenía la maleta abierta y cajas por doquier. La vista me golpeaba porque estaba acostumbrada a mi otra ventana, la que miraba a ese callejón sin salida, la verdad nada especial, pero que ya me era familiar. Fue el lugar desde donde siempre observaba quién llegaba. No sabía qué pensar. Solo que se había completado un ciclo y empezaba otro desconocido para mí. Entré al baño a intentar descubrir cómo salía el agua caliente que nunca salió. No habían terminado de instalar la bomba con paneles solares para proteger al planeta. Por momentos uno solo quiere gritar, al diablo con todo y que salgan chorros de agua caliente. Pero no y por alguna razón estas llaves sofisticadas eran muy complicadas. Al intentar abrir la llave del medio, esta se me quedó en la mano. O yo era muy torpe o este baño requería un curso completo. Empezábamos bien. 

 

Acepto que me gusta la comodidad y a mi edad ya me permito disfrutar de todo aquello que mejora tu día, como el embarque prioritario cuando uno toma el avión, un mejor asiento en un concierto que de joven lo podía ver parada, un restaurante con comida más sencilla, pero que no requiera de una fila interminable porque el chef está de moda, o el uber en lugar del metro en una ciudad grande por las noches, pero a la vez fui en algún momento de una vida que ya no parece la mía, directora de cine y productora en un país donde el cine se hace a las bravas. Es por esto que quizás soporto bien lo incómodo, así que estaba decidida a no dejarme molestar por nada. Claro que al salir de la ducha, ya vestida, se me ocurrió abrir la llave del lavabo y me di un nuevo baño, esta vez con ropa, porque el grifo que daba al lavabo era extra largo, daba casi al piso y había que abrir con cuidado extremo. Se habían equivocado al pedir la grifería, extra sofisticada y complicada que habían encargado para nosotros y, como la culpa nunca es de la empresa, teníamos que esperar dos meses hasta que envíen la nueva. Segunda en el día; trataba de sonreír.


Empezábamos a convivir con lo desconocido. 

Desayunamos. Todo era diferente, todo era nuevo, todo era raro. No teníamos mucho tiempo. Mara y yo debíamos llegar a la casa en la Praceta para que el camión comience a cargar lo que faltaba. Al bajar sentí la nueva casa oscura y me dio ansiedad. Había peleado por un lugar muy luminoso y el señor Guerreiro comentó: Esta casa está oscura, ¿qué pasa? No puedo describir, pero sentí cómo si se iba oscureciendo más y más (más adelante comenzaría a entender los poderes mágicos de esta casa). Se lo comenté a Marita mientras seguíamos tratando de encontrar las cosas que tan bien creíamos haber ordenado. Lo peor de dejar las cosas esenciales para guardarlas al final es que se confunden. Creo que, si me vuelvo a mudar, empacaré primero lo más importante y escribiré con un grueso marcador: IMPORTANTE. Yo me vine a Portugal con el deseo de tener muy pocas cosas. De hecho en Quito me deshice de casi todos mis muebles. Traje cinco que me llegaban al corazón y mis libros. Mis mil quinientos libros llegaron conmigo. Armar la biblioteca nunca me ha costado, de hecho me calma, pero nunca imaginé cuanta pendejada de todo tipo había acumulado en estos cuatro años. Papeles que ya no tuve tiempo de revisar, lentes que ya no servían, ropa, objetos de todo tipo, era absurdo. Mi sueño antes de mudarme era realizar una depuración completa. No hubo tiempo, así que la limpieza comenzará a hacerse ahora cuando empiece a ordenar (no ha sido fácil, de hecho me saca de quicio por momentos). Todos los días anteriores a la mudanza habíamos salido con Mara a dejar la ropa que ya no quería en las enorme cajas para vestuario donado que hay en las calles y sin embargo seguía con tantos zapatos de taco que con mi rodilla rota y la calzada portuguesa nunca los iba a usar. ¿Por qué es tan difícil convertirse en Marie Kondo?

 

Volviendo al desayuno, Marita trató de ayudar y enfrentamos el desconocimiento y la frustración de que las cosas no sean simples. En mi mundo de los sueños había imaginado a los técnicos enviados por la empresa de arquitectos que habíamos contratado a que nos expliquen cómo funciona todo, el menos a mí me parece lo normal. El hecho es que no teníamos ninguna guía y el microondas ultra sofisticado de estilo vintage no calentaba. No lográbamos descifrar por qué. El señor Guerreiro opinó que, por tratarse de una marca italiana, no debíamos confiar y que en mala hora yo me había aficionado de algo estético más no funcional. En fin… nada me iba a desanimar, excepto quizás el mirar por la ventana y ver la basura acumulada en lo que algún día sería un hermoso jardín, esa basura que aún no limpiaban aunque les correspondía, pero la responsabilidad nunca es de la empresa sino del cliente. Miraba las piedras que se habían acumulado para algún día colocarlas como hermosos caminos. Escoja la guerra que más le guste, pensé porque de verdad esto parecía una zona bombardeada. Pero nada me iba a desanimar, nada. Y la fuerza me la daba el gato Lotus que estaba encantado paseando con mucho cuidado por las piedras y los obstáculos. Él no extrañaba su piscina ni su césped. Este espacio agreste y duro le parecía mucho más divertido.

Nada me iba a desanimar, me repetía y se cumplió hasta que llegué a la Praceta y observé lo que no había constatado el día anterior, a pesar de que estaba a la vista. El hecho de que mi casa ya no era mi casa. Estaba casi vacía, solo quedaban los muebles de los dueños y  casi todo en cajas para la mudanza del segundo día.  Qué vacío se veía todo. 

 

No puedo explicar el miedo y la ansiedad, pero me asustó el pensar en la serie de cosas esenciales que habíamos dejado para último momento y que iba a necesitar a lo largo de los días, así que en un arranque le supliqué a Mara: todo lo esencial al cuarto verde y que sigan empacando con calma los libros que faltan. Parecía sencillo, solo que acabaron a la velocidad del rayo y de pronto ya estaban en el cuarto verde, llevándose al fondo del camión lo esencial y sin que lo hubiésemos logrado marcar. El cuarto quedó vacío y mientras continuaban cargando yo cerré la puerta porque no podía controlar el sentimiento de dolor. Extraño sentimiento lo que en esa hora palpaba.



–Marita mi casa es oscura, esta es tan clara. No me voy a acostumbrar.

–Puedes hacer una claraboya algún día.

–Marita, la siento pequeña.

–Es enorme, pero tiene la mitad de extensión que esta, por eso la sientes pequeña.

–Marita esta casa tiene muchos colores, no me gusta, yo quería una casa blanca, como la de la praceta.

–Vivi, estás poseída, nuca te ha gustado el blanco.

–Marita, es verdad, ¿crees que se metió un espíritu dentro de mí?

–Si eso sucedió, tú eres una de las mujeres más fuertes que conozco, mándalo fuera.

–No es verdad, Marita, soy muy frágil, tengo el ascendiente en Cáncer.

–Pero eres Leo, Vivi, no lo olvides.

–Marita, no me voy a acostumbrar.

–Vivi, esta casa grita tu nombre.

 


Cuando se cerró el camión y vi la casa vacía comprendí que no es bonito el pasar del tiempo. En esa casa, celebré la graduación de MYP (programa de estudios intermedios) de Tiag en su colegio antes de entrar al programa oficial de bachillerato internacional. Celebramos el éxito de nuestros hijos con mi amiga Zulay en medio de una pandemia. En esa época en Portugal solo estábamos Tiag y yo. Ni siquiera había llegado el gato. No podíamos entrar a la sala del colegio debido al distanciamiento social así que trajimos un espumante más jugo de naranja y preparamos unas mimosas. Nos conectamos al zoom y brindamos con lágrimas en los ojos. En nuestro nuevo país, en nuestro nuevo hogar. En esa casa habíamos pasado navidad con mi hermana y su familia. En esa casa había recibido a mi hermano. En esa casa pasé cuatro meses confinada por mi rodilla rota. En esa casa festejamos tantas cosas. Tiag se pegó su primera borrachera con todos sus amigos, cuando recién se abrieron las clases presenciales. En otro momento, cuando cumplió años, todos sus bros se lanzaron a la piscina en pleno invierno. Esa casa acogió mis alegrías y mis miedos de expatriada voluntaria.


Nos dio el medio día y esta vez fue el cercano Mc. Donalds, quien nos recibió para el almuerzo. Ya se estaba convirtiendo en nuestro lugar preferido. Y la tarde fue copy paste de la anterior. Descargamos todo y nuevamente fui presa del pánico porque es más fácil entrar en una talla mayor que hacer dieta. De muchas cosas tendría que despojarme, ya lo estaba constatando. En el trasteo de los muebles, los de la mudanza rayaron pisos y mancharon paredes. El gato desde su jaula, para impedir su salida mientras el portón estaba abierto, me observaba. Èl no estaba preocupado, así que todo debía estar bien.  Marita, para que yo no me estresara, trataba de meter todo en su cuarto. Hasta ahora me pregunto cómo logró dormir los primeros días porque creo que habían cajas de ropa, zapatos, medicinas y documentos hasta en su almohada. Yo seguía prometiéndome que nada me iba a lograr desanimar porque esto lo había soñado y anhelado, porque una casa portuguesa era lo que yo deseaba. No me importarían todos los contratiempos, pero no pude evitar una lágrima cuando el piso lacado quedó completamente rayado aunque todos decían que era una exagerada porque eso se arregla. La verdad es que no se arregló, lo repararon a medias, pero ahí está la raya y el único que podría arreglarlo es el carpintero Guillermito, pero él vive en Ecuador. Me tocaba empezar a amar los lunares de la casa, el aceptar que los rayones y las manchas en un hogar nuevo son como los errores que uno comete día a día. Una tiene que aceptarse con los defectos porque eso significa transitar por lo humano. Tiag me diría pocas semanas después cuando ya me acompañaría: disfruta de los rayones, hacen que todo tenga vida. Lo perfecto no es bonito.

 

Una tiene que aceptarse con los defectos porque eso significa transitar por lo humano.

Ya sin mucha fuerza en mi promesa de no desanimarme, (algo me decía que no iba a ser fácil lo que se venía), me fui a descansar.  Esa noche antes de acostarme y enfrentar con lo poco que me quedaba de valentía que empezaba una nueva etapa de mi vida, en una nueva casa a la que le faltaba todavía mucho pues no estaba terminada, tuve esta imagen: la del joven de color negro azulado que salió de la praceta, con lo último de lo último. No era una caja. Llevaba algo invaluable. Lo último en salir fueron los globos de Marita. Que se los llevaba a Ecuador, se los llevaba, era un hecho, me había dicho. Hacía tres semanas mi ahijada y fiel asistente había cumplido veinte y ocho años y yo había pedido unos globos rojos, su color preferido, con el número 28 para que le lleguen en algún momento del día. Después de la celebración se quedaron amarrados a sus pesas en el jardín de invierno. Yo asumía que los íbamos a botar a la basura,  pero ella me aclaró muy seria, que por supuesto que se los llevaba a la casa nueva y que luego los iba a meter en el avión rumbo a Quito. Yo me reía incrédula, pero cuando ya me preparaba para salir me acerqué a la ventana de mi cuarto y no pude creer que veía al amigo de Mozambique: grande, fornido y obediente, cargando en una mano los globos y dirigiéndose al camión mientras como en un eco me llegaban las palabras de Marita en la puerta ordenándole en su acento colombiano:

–Güepa je, hágale pues, cuidado y me los daña que esos se van para Ecuador. Mucho cuidado amigo, extra frágiles son, tan frágiles como la vajilla Vista Alegre de la señora. Cuidado y me los daña o se va a enfrentar a una colombiana y no sabe de lo que somos capaces y a muchas honra, sí señor, como diría mi compadre Carlos Vives y mis amigos de Medellín, la tierra de Pablo Escobar, eh ave maría pues, cuidado con mi globos.


Los globos entraron al camión y fueron lo primero en descender del segundo y último día de la mudanza.




 




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