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Carta 118 - Los lugares tienen vida propia.

Vuelvo a escribir. No he tenido un segundo para hacerlo. Me quedé en que la casa brillaba. Así terminé mi historia anterior. Tantas cosas. Supongo que esto será un ir y volver porque debí haber anotado lo que ocurría cada día y ahora tengo que forzarme para recordarlo todo.

Luego de la calma del confinamiento nacional que se extendió por tres meses vino la loca mudanza y la reapertura en Portugal. Muchas pero muchas cosas me han venido a la mente. Aquella primera noche en mi casa definitiva, con las maletas dejadas en diferentes lugares, dormimos en paz. A las tres de la tarde del día anterior había llegado un colchón para mí y hacía unas semanas había encargado a Amazon un colchón de aire para emergencia que sirvió para Tiag. Desde el principio habíamos pensado en que haríamos camping. De hecho desde que planificaba este viaje lo veía como que los primeros días serían de acampada y pensaba, me lo tomaré con calma, no necesito nada, me adaptaré a todo. Pero hacer camping cuando se ha vivido en medio de comodidades no es fácil y lo que parece sencillo, en confinamiento se vuelve doblemente difícil. Pienso en Margarita Wittmer, siempre ella llega a mi mente como modelo. La imagino desembarcando encinta hace cien años con su esposo y su hijastro en la isla Floreana del archipiélago de las Galápagos. Dejando ir al barco y mirando sus cajas y maletas, con nada de nada a su alrededor, sintiendo pavor y diciéndose a sí misma, ya no hay marcha atrás, aquí es donde vamos a vivir, para siempre, esto es lo que hemos elegido, para esto nos hemos preparado.


Este es nuestro nuevo hogar, y sin embargo, a pesar de la ilusión sigo sintiendo pavor. Yo también he pensado así y eso que estoy en medio de la civilización. Yo no me encuentro como Margarita Wittmer, y sin embargo a veces, en las madrugadas de Sintra, cuando pensaba que llegaba ya a mi casa definitiva, sentía ansiedad y me preguntaba, ¿qué necesito para comenzar? En los dos meses en que duré encerrada en mi hogar temporal de la Serra, pasaba mañanas y tardes reflexionando. Finalmente la lista fue: cubiertos, (cantidad: 4) platos (2) tazas(2), escoba, trapeador y aspirador (conseguí mi sueño, la romba robot que trabaja sin parar todos los días, pero que terminó siendo media torpe e insiste con darse contra las paredes), colchones, dónde íbamos a dormir, almohadas (2), edredones, cosas que parecen muy simples, pero que no lo son cuando se está en confinamiento absoluto con todo cerrado y hay que confiar en la imagen virtual y arriesgarse. Pasaba mis mañanas mirando almacenes on-line y cerraba los ojos cuando pagaba. Suerte o muerte, me decía al escoger por ejemplo mi primer juego de cubiertos color cobre para tener algo diferente o, mis primeros platos comprados en El Gato Preto, nombre que me fascina. Por suerte la casa arrendada me ofrecía un comedor, refrigeradora, lavadora de ropa, lavadora de platos y un sofá en la sala (algo menos en qué pensar).


Esta casa será un proceso, poco a poco, habituándonos la una a la otra, llenándome de cosas hermosas de las que luego será difícil deshacerse y de otras inservibles que solo ocuparán espacio. Concluidos los encargos a las diferentes tiendas, comenzaron a llegar los paquetes a la casita de Sintra y con el colchón que no falló el día de la mudanza logramos nuestros primeros días.

Luego de haber pasado nuestra primera noche, nos levantamos temprano para nuestro segundo viaje de mudanza. A las 8 de la mañana estábamos en Sintra guardando lo que faltaba y terminando de limpiar para entregar la casa a Angela, la propietaria. Dejaba el condominio de Beloura, la laguna azul y Penha Longa, esos bosques encantados por donde había caminado tanto en soledad. Ahora me iba hacia la playa. Sentimientos encontrados. Siempre asocio mis momentos con escritores. En esa casa había leído o escuchado más bien en Audio libro a Emanuel Carrère y a Obama a quien sigo escuchando. Sus voces me habían acompañado en mis tardes solitarias y eso representaban esas calles, la historia sobre el tsunami de Sri Lanka y sus sobrevivientes, con la lucha constante de Obama contra la terquedad de sus opositores republicanos empecinados en hacer fracasar su presidencia. Eso pensaba al dejar el barrio que tiene un parecido a las construcciones de Disney, por lo limpias, cuidadas y coloridas, porque parecen sacadas de un cuento. De verdad pensaba, no sé si ya lo he escrito, que en esas casas vivían la Cenicienta, la princesa Yasmine, el pato Donald, Mickey y Minney Mouse y todos aquellos personajes mágicos que en su momento formaron parte de mi niñez.


Regresamos para Carcavelos, mi barrio actual, más terrenal, más heterogéneo, no tan perfecto. Eran las once de la mañana, teníamos la cita con el proveedor de Internet. Fue entonces cuando empezó el primer contratiempo. Las oficinas de servicios de teléfono e internet se habían reabierto hacía una semana así que con Tiag fuimos personalmente para hacer el contrato para la casa pues no quería tener problemas en un aspecto que para nuestro presente se ha vuelto básico. Parecía que todo marchaba sobre ruedas, de hecho el técnico llegó con puntualidad inglesa, cosa rara en Portugal y mientras recibía un sofá Chesterfield en terciopelo azul del Gato Preto, otra vez el Gato Preto, pensaba que la vida era perfecta cuando uno se organizaba y que mi mentalidad ligeramente alemana era idónea para la situación en la que me encontraba. Esperábamos contentos cuando el técnico, a los pocos minutos, nos llamó. ¿Tan rápido? pregunté. Qué eficiencia en Portugal, les felicito. No señora, no está listo. Se necesita permiso de la policía. ¿Qué? Que no hay cableado de internet en este barrio y que se necesita permiso de la policía para hacer un hueco en la calle. Por un momento Europa ya no era parte de mi vida, estaba más cerca de África, o sea el clásico tercer mundo. No entendía lo que me estaban diciendo. Me había acercado diez días antes para que todo estuviese listo y ahora me venían a contar que por el barrio no pasaban los cables de Vodafone (empresa inglesa). Vengo de un país tercermundista donde todo lo inimaginable sucede pero esto no lo vaticiné nunca en Lisboa. Para resumirlo porque fue re complicado, con mil llamadas, visitas a la sucursal, peleas, gritos y demás en mi pobre portuñol, el permiso lo otorgaban para dentro de tres semanas, tres semanas sin internet, con la vida entera que depende ahora del Whatsapp, las redes sociales, los bancos virtuales y la escuela de Tiag online. Desanimados caminábamos por el oscuro centro comercial que solo tenía los almacenes de extrema necesidad abiertos. Tiag me miró: vamos a la competencia, NOS, qué perdemos. Esto no es Estados Unidos, le respondí, aquí van a respetar que tenemos el contrato con Vodafone, jamás van a aceptarnos, pero la conclusión es que mismo con Costa, el primer ministro socialista, la libre empresa y el capitalismo florecen. No solo nos hicieron un contrato de inmediato, nos dieron un mejor precio y ahora tenemos líos con NOS, porque también son ineficientes. Ahora extraño a Vodafone, pero tengo que adaptarme porque ya no quiero pelear más, y porque por lo menos en ciertas partes de la casa, ya tengo internet.

En todo caso al volver luego de tener nuevo internet ofrecido para el día siguiente, le pedí a Tiag que conectara mi nueva máquina de café Delta en recuerdo a mi primera casa de Río de Mouro cuando pummmmm, se apagó todo. Ahora, esta casa canta y baila sola. Se podría llamar una especie de casa inteligente, pero el que decidiera apagarse de golpe me aterró, estábamos entrando al feriado de semana santa, ¿qué iba a hacer?.


Siento que los lugares tienen vida propia, sentimientos y energía y esta casa no quería dejar ir a sus dueños. De hecho ahora, al momento de escribir, cuando aún no amanece, la luz de la sala acaba de prenderse sola. Como decía el fantasma de la mansión embrujada, la atracción del parque temático de Disney: ¿es esto real o solo un figmento de su imaginación? Pero fruto de otro historia, el propietario de la casa que vino a ayudarme con mil cosas que no entendía, me explicó que la luz de la sala tiene vida propia, así que ya nada, toca convivir con estas energías. Pasamos dos días sin luz, seguimos ya un mes con problemas de agua, puertas que no se quieren abrir, luces que continúan apagándose, pero así es cuando uno se muda. Poco a poco, me repito con cada problema. Sé que la casa y yo vamos a ser grandes amigas, es parte del proceso de acoplamiento, es como un matrimonio, todo se resume a adaptarse con inteligencia, a aceptar y finalmente a reír aunque a veces quiera ahorcar a los portugueses que no tienen problemas en vivir una vida relajada.


Margarita Wittmer me acompaña. Cuando el barco la dejó junto a su familia en Floreana y se dijeron: este es nuestro nuevo hogar y ella sacó el mantel más elegante y puso la mesa en el suelo con los cubiertos de plata. ¿Para qué? Le preguntó su esposo, pues para darnos la bienvenida, le respondió y porque estemos donde estemos nunca dejaremos de comer bien. Estamos en nuestro hogar y la primera cena será de gala. Nosotros en nuestra primera noche nos sentamos a comer nuestra segunda pizza porque aún no habíamos tenido tiempo de ir al mercado y no tenía ollas, pero mi hijo me aclaró: desde mañana comemos bien, estamos en casa, así que saqué los cuatro platos azules que habían encargado en el Gato Preto, saqué la única olla, puse la mesa y le dije: Tienes razón, estamos en casa, vamos a preparar comida de verdad. Y mientras poníamos la mesa pensaba en volver a escribir, no se ha dado todavía, pero pronto, empezaré con pocas horas, una nueva novela que me ha tomado muchos años de trabajo la terminé en Sintra, pero ahora empieza la corrección.


Por eso el momento más hermoso fue cuando un viernes timbraron a mi puerta. Un enorme, gigantesco angolano bajó de un camión igual de grande y gigantesco con la más hermosa de las sonrisas -valga recordar que Angola fue colonia portuguesa hasta hace apenas 50 años- Su piel oscura, sus dientes blancos, relucientes. Reía con fuerza. Luego de mil luchas y papeles sucedía: Señora sabemos que extrañaba sus cosas, pues ya están aquí. Han recorrido el océano para estar a su lado. Le vamos a ayudar a meterlas. Vamos a tener mucho cuidado. Abrió las puertas del enorme camión y ahí estaban mis cajas, (1400 libros, el ropero de mi abuela Lucía, el biombo de mi abuela Filomena y la máquina de coser de mi madre). Entre todo lo que tengo que hacer, esta es la ocupación que desde hace más de un mes me llena de alegría y me saca sonrisas y saudades como aquí llaman a la nostalgia. Estas saudades serán parte de otro capítulo.


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