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Carta 115 - ¿Qué vine a buscar?

Martes, 24 de febrero


Y aquí, el confinamiento parcial se volvió confinamiento total, y eso me llevó a soñar con Enrique el Navegante.

Siempre ha existido una historia de amor entre Portugal e Inglaterra y una gran rivalidad entre Portugal y España. El príncipe Enrique fue hijo de Filipa de Lancaster, a su vez, sobrina del rey de Inglaterra.


Filipa fue una mujer muy, pero muy, católica. Se casó con João I, rey de Portugal, y con él empezó una nueva dinastía llamada de los Avis. El antecesor de João, Fernando, falleció dejando solamente una hija quien, además de su género, estaba ya casada con el rey Juan I de Castilla. Naturalmente, según las costumbres de la época, Juan I intentó invadir Portugal. No lo logró porque los ingleses apoyaron a los portugueses. Esta alianza, más su fecundidad para gestar muchos hijos varones, hizo que Filipa de Lancaster sea adorada en su nueva tierra.

Enrique el Navegante se puso como meta encontrar una ruta marítima a las Indias, recordando que las Indias era el apodo para el Asia sur-oriental de donde provenían las especias, controladas en aquel entonces por un monopolio comercial que enriquecía a Venecia a costa del resto de Europa. Mantengo que usaban ya un GPS porque utilizaban la esfera armilar, un globo terráqueo con todas las rotaciones que permitía a los navegantes orientarse, aún en la mitad del océano. La ubicación de Portugal hacía lógico que emprendan sus viajes de descubrimiento por el Atlántico rumbo al sur, bordeando la costa de África. Ahora bien, esto no fue rápido. Les tomó décadas llegar al final del continente, al que le pusieron el nombre de Cabo de Buena Esperanza llamado antes el Cabo de la Tormenta.


En esa época, el tiempo se medía de otra manera, para nada comparable a nuestra habitual impaciencia cuando se traba el internet y no nos llega un mensaje instantáneamente, o cuando no se puede bajar un video o una película con rapidez. De todo esto me enteré de boca de mi amiga Josefina quien, hasta hace poco, fue guía turística en Lisboa. Y yo la escuché maravillada.


Dos meses y medio han transcurrido desde que tomé el avión rumbo a Portugal. Yo vine a esta tierra mientras que Enrique el Navegante se marchó buscando algo lejano. Lo mío es sencillo. Lo suyo parecía un imposible.


¿Qué vine a buscar? ¿Dónde está mi florón? Pienso en Manuela Picq que encontró su hogar en Ecuador siendo ella brasileña y francesa. El hogar es donde uno se encuentra, digo yo.


La mejor manera de probarse a uno mismo, y a su autoestima, es salir de nuestra zona de confort. La Viviana de los trece años reaparece con frecuencia en mi imaginación, y me produce ternura. Siempre agradezco tener puesta mi mascarilla para que nadie caiga en cuenta de mi expresión de boba cuando no comprendo lo que ocurre o no entiendo lo que me hablan. Me pregunto, ¿qué va a ocurrir cuando ya no estemos obligados a llevar mascarilla y todos me puedan ver?. ¿Cómo disimularé mis miedos y mi inseguridad?


El portugués no es un idioma difícil. Pero, tiene muchos trucos gramáticos y también palabras similares al castellano pero con significados distintos. Menos mal que los portugueses nos entienden mejor a quienes hablamos español que nosotros a ellos. Un gran alivio.


Hoy cumplimos un mes de confinamiento total. Esta fecha me transporta de vuelta al primer confinamiento en Quito, cuando creí que todo colapsaba. Angela Merkel había salido a decir que esto iba a durar dos años, pero no le quise creer. Ahora compruebo que sí puede ser verdad. No soy pesimista, pero esta pandemia sí que nos ha puesto a prueba. ¿Saldremos mejores personas? A veces pienso que esta experiencia habrá servido solo para algunos y que, al contrario, en muchos casos, se desarrollarán más problemas psiquiátricos. Yo apreciaré más la libertad, recordando lo que significaba no poder salir.


Mis días ahora incluyen caminatas alrededor de mi nuevo airbnb. Atrás quedó la casita de Rio de Mouro. Ahora me encuentro en Sintra. Me dio tristeza dejar lo que había sido mi primer hogar en Portugal. Extraño, si se cree en otras vidas, que tan "en casa" me sentí en aquel lugar. Armar las maletas y meterlas todas en el auto fue una tarea que no me hacía muy feliz. Y, si tengo que ser sincera, sentí pena de irme.

Pero, esta es una historia de pequeños triunfos y aventuras. Sorteamos el toque de queda con el auto repleto. La policía no nos paró y llegamos a la casa de los sueños de mi hijo. Hasta ahora recuerdo cuando la encontré en el internet. Era una morada lujosa, mi presupuesto no me lo permitía, pero, me dije, ¿qué tengo que perder? Fui a hablar con la dueña. Amparada con la seguridad que me da usar la mascarilla, le hice una propuesta: "Estamos en pandemia, así que usted necesita arrendar su casa y yo la necesito por dos meses. Este es mi presupuesto. Piénselo". Dos días más tarde, ella me llamó y me dijo que aceptaba. Entonces, henos aquí en una casa de cuatro dormitorios, con piscina y un hermoso jardín en el sofisticado condominio de Beloura. ¿Mi consejo a quienes me leen? Lo peor que puede ocurrir es que a uno le digan que no.

Estoy ahora mirando las colinas de Sintra, esperando en unos días mudarme a mi casa definitiva que me entregan en abril. Sintra me sigue jalando, es uno de los lugares mágicos del planeta. He caminado por los alrededores del convento de los Capuchos y, hace unos días, incursioné sola por la Laguna Azul. Tuve miedo, no había nadie. Caminé media hora y regresé. Dicen que aquí no pasa nada, que este país es muy seguro, pero en mi ADN está la violencia de Sudamérica. Reflexiono sobre un artículo que acabo de leer en el New York Times: https://www.nytimes.com/2021/02/23/opinion/humans-animals-philosophy.html sobre la animalidad de los seres humanos. Unos somos más animales y otros menos, concluye, pero todos somos animales, todos tenemos algo de bestia.


Y eso significa que hay veces en que es difícil cambiar el chip, pero que al haberme decidido a hacerlo, esto me desafía de tal manera que me lleva a mis seis años, cuando entré a un nuevo colegio enorme. Tenía miedo, pero lo logré.


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