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Carta 102 - Tres Pasos de Baile


Tres pasos de baile de Viviana Cordero

Tenía treinta años cuando me senté una noche a escribir el comienzo, o la primera página, de la novela que, en ese momento, yo llamaría La Residencia. Era la historia de una mujer quien, en los años sesenta en Quito, se había divorciado y había abierto una residencia para visitantes y estudiantes a fin de sobrevivir. La historia se originaba de un hecho real que mi madre me había contado acerca de una mujer admirable a quien ella había conocido. Para ese entonces, yo estaba encinta de mis mellizas, con unas náuseas espantosas, y al poco tiempo desistí de esta historia y comencé El Teatro de los Monstruos. Desistí porque sentía que me faltaba muchísima madurez para poder retratar la vida de esta mujer que culminaba cuando cumplía setenta y dos años y también porque tanto las náuseas como las ganas de escribir esta historia se habían marchado.


Así comenzó Jacinta que, hoy por hoy, se titula oficialmente Tres Pasos de Baile, mi última novela. Este sueño se acaba de culminar con la entrega de la novela por parte de la editorial Libresa. Veinte y cuatro años más tarde se cumple este anhelo. Siento una felicidad enorme de ver a Jacinta ya en la categoría de personaje de la literatura. Ya dejó de ser imaginaria. A la vez, palpo una tristeza leve, suave, porque ya no tendré qué contar sobre ella. Su historia está escrita. Se acabó.

Hasta hace unos días, me gustaba saber que Jacinta rondaba por ahí y que yo podía, a cualquier momento, regresar a cambiar algo, a añadir un detalle, a perfeccionar una frase. Me agradaba sentir que Jacinta me seguiría contando su vida para yo poder ponerla en papel. Ahora, me entusiasma que muchos lectores la van a conocer.


Jacinta es una mujer de setenta y dos años cuya vida ha estado repleta de errores propios y de azares desafortunados. Comienza la novela el día del funeral de su segundo marido. Regresa a su departamento. Está sola, pero no está triste. Extrae un cigarrillo de un cajón secreto y se sirve una copa de jerez tío Pepe, su bebida favorita. Se sorprende así misma porque le invade una sensación de alivio, casi que de alegría. No le entristece para nada la muerte de su marido, pues fue lo peor que le sucedió, la consecuencia de un impulso estúpido e irreflexivo, a pesar de que, cuando se casó, tenía ya 60 años. Ya era una mujer hecha y derecha, con toda una vida por detrás. Comenzaron entonces doce años de horror y suplicio. Los vivió hasta que su marido falleció víctima de un Parkinson que se lo llevó pronto, para suerte de Jacinta.


Este funeral propicia que Jacinta haga un balance de su vida. El balance es el cuarto paso en la rehabilitación de los alcohólicos. Jacinta no sabe de esto, pero tiene la valentía y la fortaleza de volver hacia atrás y analizarse, sin filtros, sin maquillaje, sin ningún tipo de tapujos ni mentiras. Jacinta observa su vida con franqueza y humildad, aceptando que nada se puede hacer hoy ante el pasado, sino dejarlo fluir tal como es, sin negarlo ni modificarlo.


Tres pasos de baile de Viviana Cordero

Sam Harris, un filosofo, neurocientista y meditador, tiene un podcast que lo recomiendo mucho que se llama Making Sense (Haciendo Sentido). En un episodio, Harris conversa con Adam Grant, un psicólogo muy interesante, que aconseja que uno debe recordar su vida, es decir sentarse literalmente a recordar, pero haciéndolo no como algo negativo, sino al contrario, como algo muy positivo para aprender a hacer las cosas de otra manera. Lo que somos depende de nuestra memoria, dice él. Lo que hacemos y somos es producto de lo que recordamos u olvidamos. Grant añade que los cambios en los valores de las personas se deben, en alto grado, a la manera en que recuerdan sus vidas. Recién escuché estas observaciones y me sacudieron. Si tuviera que definir en una frase, esta es la esencia de mi personaje, Jacinta. Qué fácil es negar u ocultarnos lo que realmente pasó. Y, sin embargo, qué desafiante es destapar la olla de grillos. Porque, la verdad, es que, por más que bloqueemos nuestro pasado, permanece ahí, tal como el monstruo dentro del closet en la mentalidad de los niños. En cambio, si abrimos la puerta de los recuerdos e invitamos al pasado salir, se va.


Jacinta es una mujer, como muchas, a quien le tocan dolores, sinsabores, decepciones amorosas, problemas con los hijos, incomprensiones, y otras cosas que ella nunca imaginó porque a una nunca la preparan para todo lo que puede deparar la vida, menos aun en épocas pasadas cuando reinaba la hipocresía. Tampoco se hablaba con franqueza de la naturaleza del matrimonio, del compromiso de permanecer con una persona para toda la vida.


Sin embargo, Jacinta opta por cambiar su chip a los setenta y dos años. Acepta que la vida le quiere dar un regalo al permitir que la muerte se lleve a su marido y decide entonces encontrar la felicidad en su interior. Eso es lo que me gusta de ella que, si bien tendría todo para hundirse, decide no hacerlo. Cuántas veces escuchamos aquella frase que más detesto, pero que yo también la he pronunciado: “Ya para qué”. Jacinta fue una mujer fuerte toda la vida, pero ahora, aparte de ser fuerte, opta por ser feliz. Y quizás ser fuerte es mucho más fácil que ser feliz. La felicidad es un desafío porque mucho más sencillo es deprimirse o sentarse a esperar que la vida termine sin hacer mucho. Ella decide que setenta y dos años no significa el final de una vida, sino el comienzo de muchos días hermosos o diferentes o distintos.


Insisto que, con tanto libro de autoayuda que flota en el mercado, parece tarea fácil. No lo es. Requiere una disciplina mental, tal como hacer abdominales todos los días o salir temprano de mañana a trotar. Jacinta logra entrenar su mente y comienza a dar pasos que le producen una vitalidad renovada que ella creía perdida.


Mi novela se lanza ya. Pronto estará en librerías en el país, pero, si desean comenzar a leerla de inmediato, ingresen a mi página web y cómprenla. Parece mentira que, al cabo de veinticuatro años, Jacinta quiere salir al mundo para darse a conocer.


 
 

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