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Carta 51 - La graduación de Morgana parte 2



Al prepararnos a carrera, porque para variar estamos atrasados, para el concierto de graduación que ofrece Berklee College of Music recuerdo con malestar que he perdido mis lentes. Estas cosas a mí me producen ansiedad. El ser humano depende de mucho para vivir, lo comenté en un blog anterior. Yo sin lentes no existo, no veo. Los dejé en el avión. Aterrizamos en Miami a las 5 de la mañana, estaba agotada y Tiag dormía profundo. Al despertarle y prepararnos para salir, me comentó que su ipad no estaba. Buscamos por todo lado y lo encontramos en otro asiento, se había caído en la mitad de la noche y, por suerte, lo vimos, pero ahí quedaron mis lentes fucsias que ahora me hacen falta. (Soy muy apegada a lo que quiero). Me di cuenta cuando ya estábamos por llegar a migración. Regresé, pero ya no me dejaron entrar al avión. Alguien de seguridad se ofreció a buscarlos. Volvió y manifestó que no estaban.



Esto me produjo un malestar especial, pues es horrible saber que uno tiene la razón, que estaban ahí, que los llevabas puestos y que luego te dicen que no hay. (Uno se siente en la cuarta dimensión). Por suerte y gracias a Dios, soy obsesiva y casi siempre tengo plan B para todo, así que en mi cartera cargaba otro par, pero al salir para la Arena Agganis de Boston, donde será el concierto, no puedo dejar de pensar en cuanto dependemos, no diré de lo material, porque sin lentes no veo, así que es una necesidad, pero sí de cosas que nos son imprescindibles. Yo simplemente no puedo hacer nada sin ellos, y asusta saber que sin ciertas cosas no podemos sobrevivir bien en el día a día. Así que así, con estos pensamientos torturando mi mente, llegamos al concierto. ¿Qué decir? De lujo. Los homenajeados son Nile Rogers, el cofundador del grupo Chic (Le Freak) una de las canciones ícono de mi adolescencia) y productor de canciones muy famosas de Madonna, David Bowie, Michael Jackson, etc. Esperanza Spalding, gran compositora y la profesora más joven de Berklee. Rossanne Cash, hija de Johnny Cash y una de las más grandes cantautoras country. (Amo el country.)



Quisiera que estuvieras, Juan Esteban, estarías contento. De verdad, siempre haces falta, pero en estos momentos eres casi tan imprescindible como mis lentes. Al salir pasamos por el departamento de Morgana a recoger lo que necesita para el día siguiente y todos los paquetes que hemos comprado en Amazon. (Qué horror, avergonzada admito que estamos maravilladas, no puedo negar que somos material girls.) Esa canción la tocaron en el concierto, por eso la menciono, pero creo que hay que aceptarlo con dignidad: las mujeres somos traperas y, ante cualquier depresión, un nuevo pantalón o una blusa ayudan bastante. Morgana debe estar a las 8 de la mañana en el mismo lugar del concierto para su graduación. Debemos todos despertarnos a las 5, ya que demoran los preparativos (de nuevo, somos mujeres y a las mujeres nos toma tiempo). Estamos de regreso al hotel a las 12 y caigo profunda. Abro los ojos, miro una tenue luz naranja por la ventana. Está amaneciendo. Me parece haber descansado mucho. Miro la hora, son las 3 de la mañana. Apenas he dormido tres horas y ya no podré hacerlo más. Había olvidado que por estos meses de verano en el hemisferio norte empieza a clarear muy temprano. Estoy agradecida con la vida. En pocas horas se gradúa mi hija. Miro a mi hijo dormido. Yo ya no puedo dormir, pero no importa. Por mi mente desfilan momentos, la foto de mi Morgana chiquita con mi vestido de niña y los puños cerrados, mirando decidida a la vida. Tiene 3 años y sabe que le va a tocar darse de puñetes con el mundo, que le pondrán trabas, obstáculos como los que a mí me ponían en la cancha de equitación, cada vez más complicados, pero que los irá superando. La recuerdo de 14 años, improvisando sus primeros temas. Pienso en mí, en que no sé si he sido buena madre. Le he dado lo que he podido; he hecho mi mejor esfuerzo, pero hubo momentos en que, por mi fragilidad e inmadurez, le cargué demasiadas piedras a su mochila. En mi interior le pido disculpas. Pienso cuánto le quiso mi madre y en lo orgullosa que estaría hoy. Si existe esa otra dimensión, ella estará cerca. Miro por la hendija de la puerta corrediza a mi hermana, quien todavía duerme, y le agradezco el que me haya acompañado. Ha dejado a sus hijas, a su esposo y no ha dudado en correr a estar a mi lado, a pesar de su diabetes, de sus problemas, de sus proyectos. Ahora amanece de verdad. Suena el despertador de mi hija. Entra a bañarse y yo empiezo a sentir cansancio y nervios. Por suerte está mi hermana para maquillarla, yo soy torpe de naturaleza y cuando, en una ocasión a Morgana le hicieron una operación de tabique, al tratar de ayudarla, le pegué en la nariz operada. Si la ayudo con el maquillaje de seguro le clavo el lápiz. Se alista, se prueba la toga y el bonete. Dios, no puedo ni siquiera tomar una foto, estoy tan nerviosa. Entro a bañarme, no logro peinarme ni maquillarme bien, pero yo no importo. Este día mi hija es reina y estoy para admirarla. Ella sale antes, está preciosa. Nosotros, atrasados para variar, no podemos ni llamar el Uber porque la aplicación se traba. Mi vestido es de verano y ese día decide llover. Hace frío, nos congelamos. Llegamos a la cola. Por supuesto, muchos padres, puntuales, ya están desde temprano. Esperamos bajo la lluvia hasta que nos dejen entrar y nos seguimos congelando. Ya no vamos a conseguir buen puesto, me digo desanimada y siempre negativa. Pero no, para mi suerte cuento con el Príncipe Tiag quien está decido a ver a su hermana desde el mejor lugar y recorre todo el coliseo; sube y baja gradas probando y haciéndonos señas hasta que consigue y guarda asientos para nosotros. Tenemos el mejor puesto, vamos a ver a Morgana como si fuéramos VIP. Ya sólo falta que llegue el abuelito Gro, mi tío Rubén, a quien mis hijas adoptaron como abuelo a los 6 años.

El bus que viene de Hartford, donde él vive, está retrasado. Se va llenando el coliseo, toca la banda, llega el abuelito Gro y yo rompo a llorar. Lloro durante toda la ceremonia. Lloro de felicidad. Recuerdo lo que alguna vez me dijo una persona especial: Vivir el triunfo de los hijos es de las cosas más emocionantes que existe. Algún día lo experimentarás. Es verdad, ya tengo la edad para eso, ha pasado el tiempo y nada se compara. Así que cuando Beth Njoki Mwangi de Nairobi, Kenya, la estudiante que da el discurso a nombre de todos, dice que, si bien es cierto que la Historia se repite, este momento en particular jamás se va a repetir, éste no va a volver y por eso lo vivo a plenitud. Dura 30 segundos escuchar el nombre de Morgana, desfilar, recibir su diploma y bajar del escenario. Nunca más existirá un momento igual. Y como se me irá borrando, tendré que mirar el vídeo y mis ojos se nublarán. Es una mezcla de orgullo, de alegría, de nostalgia, de recordarla bebé en cuidados intensivos sin saber si al día siguiente amanecería viva, pues fue prematura y muchos de sus órganos estaban aún en proceso de formación. Ahora se gradúa y es feliz. Al terminar la ceremonia, Morgana devuelve su toga y yo me robo su bonete. Ahora lo tengo conmigo como amuleto de buena suerte. He regresado a Quito y la extraño. Me preparé con tanta ilusión para ese momento y el momento ahora es pasado. Agradezco que puedo escribir y contarme otra vez ese día porque acabo de descubrir que yo escribo para contarme cuentos y ésta fue la hermosa historia de tu sobrina, Juan Esteban, graduándose de la misma universidad en la que, una noche, muchos años atrás, estuvimos tú y yo en un aula. Tocabas con tu amigo Esteban, estudiante en Berklee. Yo tenía 25 años y era una joven rebelde, tú 22. Ahora, 28 años más tarde, ella sale con el diploma de esa universidad y un morral de sueños. Ahora la vida empieza para ella y quienes ya hemos vivido bastante, acompañamos y recordamos. Ahora soy la madre más orgullosa del mundo, agarro el bonete y lo lanzo al techo como lo hizo Morgana en la Arena Agganis de Boston hace pocos días.

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