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Carta 71 - Margarita



Margarita llegó una mañana en que yo estaba cansada y desanimada. Tiene nombre de canción y me recuerda la película Salsa. Había terminado con la señora que trabajaba conmigo y decidí que podía manejar mi casa sola. No quería más extraños en mi casa. ¿Cuál era el problema? ¿Limpiar y cocinar para tres hijos, tres perros y el marido de turno? Ningún lío. ¡Fácil! Ya tenía mi agenda lista: al despertar, preparar la salida de mis hijos, llevarlos al colegio, como lo hacía todos los días, y regresar a casa; luego, media hora de aeróbicos; para descansar del ejercicio, limpiar un par de horas; cansada de limpiar, ponerme a escribir otro par de horas, hasta salir a recoger a mis hijos. Ay, ya en ese primer día me había olvidado de cocinar… que, para efectos prácticos, no lo sé hacer. En consecuencia, menú del primer día: ¡pizza! Naturalmente, los niños felices. Después del almuerzo, lavar y a secar la ropa. Aun faltaba limpiar el jardín que, con tres perros, era un horror y olía a diablos. Ya estaba agotada. Y todavía no habían transcurrido 24 horas siquiera. A todo esto, hay que sumar los doce kilos extras que llevaba encima por efectos de una brujería que me hicieron. Bueno, es una explicación mentirosa, porque así es la vida. Ya los perdí porque la brujería se fue jaja.


Duré exactamente tres días intentando ser una ama de casa Superman. No podía acostarme antes de las 12 de la noche porque recién a esa hora terminaba de planchar. El hecho es que, en esos tres días, comencé a ver la vida negra retinta, y colapsé. Margarita en aquella época trabajaba en la oficina del ex y estaba dispuesta a venir por horas. Supuse que, con tres horas al día unas tres veces por semana, sería perfecto, más que suficiente. ¡Obvio que no! Comencé a necesitarla cada vez más y llegó un momento en que se hizo imprescindible. Hoy, diez años más tarde, ella es parte de nuestra familia y de todos los eventos de mi vida. Ha soportado la planeación y producción de dos películas organizadas en “la oficina” ubicada en mi propia casa, a más de varias piezas teatrales, naturalmente ensayadas en casa. Le ha tocado servir tanto café y bocaditos para una tropa de actores acelerados y cuidar los vestuarios de divas exigentes. Como modesta compensación, Margarita apareció en un par de películas mías.



Parece mentira constatar que son ya diez años que estamos juntas, diez años que me ha tolerado, que me ha aguantado y que nos ha querido a todos en la familia. Sospecho que no soy una persona fácil. De hecho, mis hijas dicen que soy bastante complicada y que me gusta todo a mi manera. No estoy 100% de acuerdo, pero aceptemos esta tesis, sin discutirla, a fin de no desviarnos por la tangente. En todo caso, como contrapartida, alego que la vida en medio de actores y películas no es tan aburrida. El Mosquito Mosquera es gran amigo de Margarita, ni se diga la Toty Rodríguez. En algún momento, pasaron por mi casa Hipatia Balseca, Jaime Enrique Aymara, María Teresa, la Flaca Guerrero y otros artistas más. Sus amigos son muchos, pues su carácter alegre y tranquilo los calma cuando sufren el stress del rodaje o del estreno de la obra.


Margarita se convirtió en una persona mucho más cercana hace cuatro años, cuando enfrenté un golpe bajo y complicado. Me enfermé y dejé de comer. Fue ella quien comenzó a pasarme la sopa y a obligarme a tomar por lo menos un par de cucharadas, mientras yo miraba callada al vacío. Se sentaba a mi lado y me repetía que todos me querían y que no ameritaba que continuase decaída. Como ella misma me recuerda: “Arrimé el hombro, seño, y no la dejé acabarse”.


Curioso. Hace veinte años escribí y monté una pieza teatral llamada Mano a Mano, la historia de doña Violeta y Baltazara, una señora y su empleada. Baltazara era la empleada puertas adentro quien, como ella mismo decía, había vivido una vida prestada, heredada. Describía su relación con Violeta comparándola con los rieles del tren que van juntos, pero que nunca se encuentran. Esta obra se ha seguido presentando en varios países, actualmente en Argentina, pero la historia ya no es actual, puesto que cada día es menos común tener empleadas puertas adentro. En mi caso, Margarita tiene una vida plena con su familia, sus hijos, su pareja y sus redes sociales. Yo la sigo en Instagram y soy su amiga en FB. Sin embargo, todas las mañanas, ella toma el bus y viaja dos horas hasta llegar a mi casa, y más tarde otras dos horas para regresar, a fin de poder solucionar mi vida.


Margarita es la base de mis obras pues, sin todo lo que ella hace por mí, no hubiera tenido ni tiempo ni energía para escribir novelas ni películas ni piezas teatrales. Ella es el motor que pone a funcionar todo el engranaje. En mi casa encuentra lo que ella llama su otra familia, y es verdad. Me tolera con sabiduría en mis instantes de ira. Mis hijas la adoran. Ha calmado a Nadia en sus momentos duros. Ha recibido con valentía amenazas de los ex por estar siempre de mi lado. En cuanto a Tiag, Margarita es la única persona quien él acepta se quede a dormir en casa cuando yo debo ausentarme. Ella es responsable que nada falte y que la casa quede brillando. Su presencia me produce alegría y, en el curso del día, intercambiamos historias.


Su vida no ha sido fácil, porque, como dice el personaje de Geraldine Chaplin en Hable con Ellade Pedro Almodóvar, la vida nunca lo es. No obstante, nunca la he visto decaída, la verdad, ni cuando está enferma. Ha asistido a todos mis eventos importantes: a la fiesta de 15 de mis hijas, a la graduación de primaria de Tiag, a las premieres de mis obras y películas. Para mí fue motivo de orgullo cuando se graduó como la mejor alumna en una escuela de cosmetología. Yo llegué tarde porque no encontraba el sitio, pero, por nada del mundo me habría perdido esa ceremonia.



Son muy especiales esas relaciones que empiezan distantes y profesionales y que terminan compartiendo lo más íntimo, lo más duro. Las relaciones en el hogar son las más genuinas porque allí se observa todo, casi nada se puede tapar porque, efectivamente, la ropa sucia se lava en casa, y no hay como esconderla debajo de la cama. Hasta el gato Lotus tiene una relación especial con Margarita. En cada vacación o viaje mío, lo enviamos al “Spa del Sur”, término de broma para la casa de Margarita. Estoy segura de que allá lo miman y lo consienten y, por eso, se va feliz y regresa maullando.


Creo sinceramente, y no exagero, que mi casa no sería la misma sin Margarita. Es tal el alivio que siento de poder encargarle un aspecto de mi vida gracias a que ella ya sabe cómo soy y no tengo que traducirlo. En un blog reciente me preguntaba qué es una familia. La respuesta natural abarca primero a quienes nos ata un vínculo sanguíneo, pero el convivir diario durante varias horas con una persona también la convierte en familiar. Hemos compartido tantas cosas. La he visto llorar por algo que les pasa a sus hijos, así como enorgullecerse con sus logros. Yo agradezco el respeto y el profesionalismo de Margarita, pero valoro aún más el que me escuche y se siente conmigo cuando estoy con la depre montada o enfrentando problemas puntuales. Ella se ha preocupado más por mi, y me ha brindado más respaldo, que muchos parientes o amigas.



Quizás nunca nos hubiéramos conocido, pero el destino decretó que nuestros caminos se crucen. Muchas mañanas me pregunto, ¿cómo tiene fuerzas para repetir sin cansancio los quehaceres de cada día, tender camas, lavar ropa, limpiar pisos, cocinar? Especialmente lo último, que todos morimos por su cocina, logro nada fácil en una casa de vegetarianos. Es una rutina que se repite y se repite. ¿Quisiera dedicarse a otras cosas? Veo que le encanta peinar y maquillar. Me dice que sí, que su sueño es abrir un gabinete para hacer cortes urbanos y demás. Supongo que algún día llegará el momento, pero, hasta entonces, su sonrisa aliviana mis días. Con mis hijas en el exterior y Tiag en el colegio, somos sólo ella y yo en la casa, la mayor parte del día. Margarita entiende que me encierro a escribir todas las mañanas en mi estudio azul y respeta mi necesidad de tranquilidad y silencio. A quien llame por teléfono o timbre la puerta, le explica que tenga paciencia para comunicarse por la tarde.



Diez años es bastante tiempo. Cuando ella llegó, Tiag era un niño chiquito y ahora es un adolescente. Las dos niñas iniciaban su adolescencia y ya se marcharon. Seguimos aquí, ella y yo. Y compartimos. ¡Gracias, Margarita!

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