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Carta 39 - Solo es una más


Todo comenzó como empieza un cuento.

Se pondrá mejor con el sentimiento

Me sale del corazón

Quisiera gritarlo a los cuatro vientos...


canta Carlos Vives; un hermoso tema llamado Interior. Aplica a cómo comenzóesta historia. Cuatro años atrás. Mi hija Morgana sufre de migrañas y su padre sugiere que la llevemos a un reputado fisioterapeuta llamado Daniel Wappenstein. Sonrío. Daniel fue mi compañero de colegio. No le he visto en muchos años. Cuando tenía trece años y era una adolescente con serios problemas de autoestima, este joven de origen judío me quitaba el sueño. Miraba en el anuario del colegio una foto en la que los dos bailábamos square dance en cuarto grado, (9 años) y soñaba con que me pidiera ser su enamorada. Daniel, a diferencia de la que escribe, era muy sonoro, molestaba a todos y a mí no me invitó a su bar mitzvah. Supongo que no era divertida y además me ponía colorada por cualquier cosa, a ese punto llegaba mi timidez. Los años pasaron, el joven de origen judío se junto con los chicos de izquierda, trató de ser futbolista profesional, pero en su primer partido, jugando como arquero, le rompieron la tibia y el peroné convirtiéndose de esta manera en el único arquero invicto a nivel mundial y se fue a Buenos Aires en bus para estudiar fisioterapia. Allí se enamoró perdidamente y la vida le metió varios goles. La que escribe, por su lado, siguió con lo suyo, cosas buenas, cosas malas, la vida…, sin imaginar que el destino nos juntaría otra vez porque todo ya está escrito. Maktub dicen en árabe a lo que ya lo decidió el universo y esta vez sería por los niños de ambos. Él ayudaría enormemente a mi hija y yo perdería la cabeza por el suyo. Debo aclarar que a mí las historias me buscan, no yo a ellas. Cuando persigo una, ésta se me escabulle y cuando algo quiere ser contado, no hay manera de rechazarlo. Este es el caso de la nueva película que estamos por comenzar: “Sólo es una más…” Cuatro años atrás, Daniel, decide invitarnos a un asado para celebrar el reencuentro. Joaquín nos abre la puerta y nos mira curioso. Me cuenta que tiene epilepsia debido a un tumor cerebral, que convulsiona seguido y que toma un chorro de pastillas. Hace mil preguntas, parece interesarle el que yo haga teatro. Le propongo asistir a los ensayos de la nueva obra que estoy montando. Es amor a primera vista. Comienza a venir seguido. Mira fascinado como se preparan los actores. Hace mil preguntas. Pocos meses más tarde mi madre fallece de un cáncer terminal y Joaquín no para de llamar intentando acompañarme. Como sucede en esos casos, uno se aísla. Yo no respondía sus llamadas, no contestaba mucho sus mensajes. En uno de esos, sus palabras me llegaron. No las recuerdo exactamente, pero era algo así como: “Podemos conversar al respecto, yo sé lo que sientes. No te quedes sola.” Poco a poco me fue sacando de mi dolor. Joaquín había perdido a su madre a los 10 años. Me comprendía.. Al ser yo tan mayor, a ratos lo ignoraba, pero había momentos en los que sus consejos me sacaban de mi tristeza, de mi angustia, de mi rabia ante la vida. Pasaron los meses y la pieza teatral se estrenó. Joaquín era el asistente de producción. Una noche, antes de que comenzara la función entré a la sala. Joaquín no se percató de mi presencia. Mientras colocaba la escenografía, que era su trabajo iba recitando todos los textos. Me quedé maravillada. Un actor había nacido… (CONTINUARÁ)


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