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Carta 37 - Hasta siempre París


Había una vez un príncipe. Se llamaba Esteban. Había una vez una princesa. Se llamaba Mónica. Se convirtieron en reyes y fueron muy felices. Tuvieron cuatro hijos, 4 jóvenes rebeldes y no tan perfectos como sus padres. Tanto amaba el rey a su reina que le dio un hermoso regalo: ir a vivir a París. Todo lo que la princesa había anhelado en su vida era vivir en la ciudad luz. De joven, cuando parecía una estrella de cine, la comparaban con Ali Mac Graw, aprendiófrancés y soñaba con decir peu-être. Que difícil es pronunciar tal vez en francés. Tenía clases con Monsieur Carou, quien le contaba que todo buen francés que se precie vive en el barrio latino y ella imaginaba lo que podría ser su vida caminando por el boulevar de St. Michel. La princesa soñaba y practicaba el francés con mucha disciplina. Cuando los hijos mayores llegaron a la adolescencia el rey que manejaba todo con mucha eficacia y sabiduría, le dijo a su reina: Nos vamos a París. La excusa era la educación de los hijos, pero la hija mayor sabe que era el gran amor de su padre a su madre lo que hacía que esto se diera. Que quería darle ese regalo a su reina. El hijo varón, gran talento de la música podía ir a la Curtis en Filadelfia, pero su padre quería darle a su madre París. Estaban estables, de la nada había hecho fortuna, con trabajo y esfuerzo, había trabajado mucho, podían tomarse un par de años sin que su vida económica se afectara. Él se dedicaría a escribir, los hijos a estudiar y la reina a pintar. Tres meses más tarde de que este sueño se diera, el rey falleció en un espantoso accidente dejando a la reina desconsolada en París. Y nosotros nos quedamos seis años viviendo ahí. No volvimos a Ecuador. Mi madre dice que fue feliz, se reencontró a si misma, y sobre todo, se sintió en casa. Si la reencarnación existe, sin duda fue parisina en otra vida. Yo regresé a Quito a los 23 años. De alguna manera París dejó de ser importante, sin embargo esta ciudad no me dejaría, pues cuando mis hijas tuvieron dos años, entraron a una guardería donde enseñaban francés y luego a La Condamine. No la busqué yo, apareció en mi vida. Y años más tarde partiría con mi hija Nadia a dejarla estudiando. Ahora me encuentro en el avión. Ayer nos despedimos de París. Cerramos el ciclo. Teníamos sentimientos encontrados. Qué puedo decir de estos días. Llegamos con Tiag un sábado y encontramos un París de cielo azul, como el de la golondrina que canta Juliette Greco o Edith Piaf. Un París bastante vacío para el verano. Quizás lo único bueno de ISIS. La gente tiene pavor de la muerte. Por experiencia sé que esta te agarra en dónde menos te imaginas. De nada sirve tratar de huir. Así que cada día fue un regalo. El primero esperando a que cayera la noche para recibir a Nadia y fuimos con Tiag a almorzar en el café azul frente al Pompidou. Omelettes deliciosas y helado de vainilla. Entramos al museo con nada de cola. Me sentía en otra dimensión en ese lugar otrora tan lleno ahora vacío y para suerte mía recorriendo una exposición de la Beat Generation. Cuando estudiaba en la universidad uno de mis trabajos para mi clase de Inglés fue justamente el trabajo creativo de la generación beat, concentrado en la gran novela On the road (En el camino) de Jack Kerouac. Sus viajes junto con su gran amigo Neil Cassady fueron lo que me movía el piso en mis 18 años. Soñando en ellos, en i juventud, con los pelos parados, decolorados, la cadena de perro en mi cuello, los pantalones militares y las botas negras compradas en Carnaby Street, tomaba un greyhound para llegar a Melbourne- Florida en busca de un galán, o Jacksonville o Ft. Lauderdale en busca de amigos apasionados, locos, decididos a vivir la vida al máximo, a no dormir porque éramos jóvenes y estábamos llenos de energía como decía Françoise Sagan. Quería llenarme de vivencias, de locuras que tal vez mis hijos no deberían conocer. Era joven, era rebelde, quería escribir y para escribir había que vivir. En estos buses conocí gente, escuché historias y Jack fue mi mentor. Llevaba el libro a todo lado, luego devoré el libro de su hija Jan, Baby Driver, quien terminó por cosas de la vida en Guayaquil unos días, en medio de la vorágine de locura que era su vida. Creo que fue Burroughs quien disparó a su mujer en Guayaquil también. Tengo un libro autografiado por Ferlinghetti y otro por Allen Gingsberg. Previo a los hippies pregonaban el vivir al vida con frenesí, con locura, el no decir no, el experimentar. En eso creía yo a mis 18 años. Y gracias a Kerouac dejé la universidad como él, para irme a escribir, faltando un mes para terminar mis estudios generales. ¿Hice bien? No lo sé, pero en todo caso escribí porque no tuve opción, el resto ya no me toca juzgar a mí. De manera que en medio de la nostalgia recorro los corredores donde miro fotografías de todos los que de alguna manera fueron mis amigos imaginarios, mis maestros de literatura en su momento. Kerouac, Burroughs, Gregory Corso, Gingsberg y por supuesto el más grande, el que sirvió de insipiración: Cassady. Salimos, no quiero seguir, tengo todavía emociones que debo procesar. Vamos al café del último piso con una hermosa vista de París. Un vino para brindar por ellos, un helado para Tiag. Luego seguimos. Me gusta hacer esto con mi hijo. Se divierte en el Museo. Pasamos por la exposición de Klee y luego en las salas generales LIZ de Warhol. Liz Taylor, la mujer de ojos de amatista. Ahí me quedo y me confirmo, estos instantes valen todo. La mujer más hermosa del mundo Liz Taylor. Amo Warhol. Dejamos el Pompidou y caminamos por Les Halles, mi barrio de juventud. A la época uno iba sintiéndose Christophe Lambert e Isabelle Adjani en Subway. Lentes punks, música punk y la construcción de tubos del Forum que ya no existe más. El París de los 80s está muerto. Le extraño, aunque por ahí algo, un recuerdo que me transporta. Nadia llega por la noche. Somos felices, la esperamos con baguette tradición y muchos quesos y golosinas. Se duerme a mi lado, la abrazo como cuando era chiquita. Ahora es una señorita que me llena de orgullo y me digo mientras acaricio su cabecita: Algo hice bien con esta niña. Si muriera ahora, sé que ella puede sola. Le escribía a una persona especial lo bien que me sentía de haberla ayudado con su maleta y de lo útil que soy todavía como mamá y él me respondió con razón: “Discrepo, tu hija se defendería perfectamente sin ti. No eres ultra necesaria. Lo que sí eres es ultra apoyadora.. una ultra fuente de respaldo y seguridad… pero ella puede volar sola.” Es así. O e veldá como dice el novio dominicano de mi hija Morgana. Ahora, en estos días nuestro París fue internacional al ciento por ciento. Del un lado de salida del inmueble donde está situado nuestro estudio, París, del otro lado la China. Almorzamos chino, sólo chinos, fuimos los únicos extranjeros. Más tarde a Republique donde están todas las flores que han dejado por los muertos de los atentados. Nos quedamos unos momentos reflexionando y luego a ver a los ciclistas, y demás jóvenes en patinetas , patines, monopatines etc. Haciendo locuras. Capos verdaderos. Mami, vamos al canal St. Martin sugiere Nadia, no es de tu época, pero es lo in de la mía. Caminamos y de pronto el Comptoir General: Africa. Entramos al centro cultural africano, árboles, un viejo hotel es la decoración, con la pintura chorreada, las maletas, al fondo un barco que parece salido de African Queen, hemos partido de París, estamos en el dark continent. Nos sentamos, tomamos un cocktail y nos relajamos. Los tres nos estamos divirtiendo y mucho. Por la noche Julieta de Almodóvar, la película que desde hace un par de meses Nadia pide a gritos que la vea. Dice que el personaje principal le recuerda a mí. Es una peli triste, amarga, fuerte basada en ciertos cuentos de Alice Monro. Mi hermano Sebastián también me había dicho que le recordaba a Julieta. Me impacta. Y así pasan nuestros días, cada uno completamente diferente del otro, el lunes EuroDisney para Tiag, nunca me cansaré de visitar La mansión del terror y el caribe de los piratas. Martes, Campos Elíseos, no se puede no pasar por la maravillosa avenida por más turística que se haya hecho. Hay algo mágico en mirar el arco del triunfo en entrar al cine George V aunque me duerma en la película porque aún llevo a cuestas el cambio de horario. Miércoles el reencuentro. He buscado a esta persona por más de veinte años, la última vez que lo vi fue cuando recién había descubierto que estaba encinta de mis mellizas. Jean Paul Meny, así se llamaba a la época, ahora es O’Meny, porque ese había sido un apellido de familia pero por alguna extraña razón su padre había retirado el O’ Me contacté hace poco con él y con su hermana. Desgraciadamente las vacaciones no iban a permitir que nos veamos, pero Jean Paul consigue venir a París el miércoles desde el lugar donde estáveraneando. Aclaración, Jean Paul fue el mejor amigos tuyo, Juan, ¿te acuerdas? Se quisieron mucho. Y pensando que no me ha visto tanto tiempo decidimos con Nadia ir a la peluquería china donde un alisado cuesta 7 euros. El mejor masaje a la cabeza y el rostro parece haber disminuido unos cuantos años. Felices salimos, sintiéndonos guapas y nos vamos con Tiag al St. James. Ahora bien, el St. James fue el primer centro aéreo que tuvo París, siguen los globos que se utilizaron en épocas prusianas, pero con el look más increíble. Varias veces tengo que recordarme cerrar la boca. Wow, wow, wow. Al ser yo vegetariana no puedo elogiar demasiado la comida, que para mí está deliciosa, pero estoy segura de que sería aprobada por el paladar gourmet de mi hermano Sebastián. Conversar con Jean Paul nos transporta a otro momento de la vida, a nuestros sueño, a lo que él pensaba de ti Juan, de cómo te admiraba. Nos volveremos a ver, nos decimos al final. Así es a vida, encuentros, reencuentros, desencuentros. Me encantan los reencuentros. Dado que estamos cerca vamos a la Fundación Louis Vuitton. Ya había escuchado comentarios espectaculares acerca de esta construcción. Todo queda corto. Es un must. Estoy tan feliz de haber venido. Y así llegamos al jueves, día decidido para ir a Deauville, la playa. Tiag la goza, corre por el mar. Se mete al agua aunque fría, relax total, viaje en tren, nos cambia de aire y volvemos a un París que todavía tiene vestigios de azul en el cielo que oscurece. Ya sólo quedan tres días. Los pasamos de un lado a otro: la ópera, la exposición Barbie en el museo de artes decorativos del Louvre, horror para Tiag, fascinación para las mujeres. Un hermosos momento, el reencuentro con mi prima Manuela. Con cara de muñeca porque no creo que haya muchos rostros tan lindos como el de ella, vamos a almorzar hindú, el domingo iremos con su esposo el Suiz a comer iraní. Toda la semana ha sido internacional. Nos reímos porque mi hijo Tiag dice que ha venido a comer crépe en París no a comer irání y Manuela nos comenta que cuando vinieron sus padres los llevaron a comer etiopiano y el tío Gustavo, quien siempre ha tenido mucha ironía fina y sagacidad en sus comentarios dijo que había venido a París a comer crépe suzette no a Etiopía, con lo cual la marca Cordero trasciende generaciones. Y así llegamos al final. Con una pausa, me tomo la mañana del domingo para ir al museo de arte moderno a ver la exposición de la pintora expresionista alemana Paula Moderson-Becker. Lo que quiero es estar un momento conmigo misma. Caminar sin prisa, disfrutar un París al que siempre quiero volver y nunca dejar. Me siento en un café, tomo orange pressée, deca allongée y tartine con la mantequilla aparte. Mi París se queda y esta vez no creo volver muy pronto. Tal vez en otra vida fui una francesa enamorada de un oficial alemán que falleció en combate a la que raparon luego por traidora cuando los americanos desembarcaron en Normandía. Todo puede ser. En el museo pienso en mis reyes Esteban y Mónica. Mi mamá hubiera amado compartir estos tres años con Nadia. Mi papála habría adorado. Hubieran sido inseparables porque se parecen. Eso no pudo ser ¿O sí? En mi fantasía las cosa pueden pasar, podemos vivir otras realidades y entonces sí, Nadia camina del abrazo del abuelo por la calles del viejo París como dice la canción y él la mima y la consciente, le compra la moda dernier cri, el rouge a levres de Maac y las blusas para que lo acompañe a la empresa, mientras yo me caigo de los tacos porque sin pesimismos ni dramas no creo que hubiera sido el orgullo de hija. Mi papá era guapísimo, el clon de Vargas Llosas mezclado con Yves Montand, y estoy segura de que si la vida se lo hubiera permitido hubiese sido casi tan buen escritor como él. Mi papátambién era político como Vargas Llosa, daba los mejores discursos, el alma de las fiestas, culto a morir y con una ironía tan fina que nadie escapaba a sus acotaciones. Y yo soy una especie de Bridget Jones y el personaje que se le olvidó a Almodóvar, de manera que el rey Esteban viviría ligeramente avergonzado de su primogénita que no tiene miedo de hacer streaptease verbal por fb. Ejemplo concreto: Hace unas semanas organicé una fiesta en mi casa para despedir a mi queridísima amiga Christine. La anfitriona, o sea yo, se vistió, fue a la pelu, se hizo maquillar y estuvo lista para recibir a los invitados. Como en una película de los 50’s me preparaba para descender la escalera con glamour. Un nuevo galán esperaba en la sala al que quería encantar pues tener galanes a días de cumplir los 52 no es tan sencillo, de manera que había que hacer un gran esfuerzo para deslumbrarlo. Se encontraba también la hermosa Irina, mi amiga rusa, junto con mi prima Manuela, otro rostro espectacular. También estaba el Joaco, mi actor de la próxima peli, pero él es de confianza. Así que sintiéndome Audrey, o la Hepburn, o casi Scarlett O’Hara comencé a descender los escalones. Iba bien, lo lograría, traté de concentrarme. Faltando nada, miré los rostros de los invitados. Me miraban como si de verdad fuera una estrella, momento inolvidable, pero oooops, un taco se queda atrapado y la pesadilla se vuelve realidad, la estrella se estrelló, rodé hasta quedar bajo el piano con lo cual sugiero al nuevo galán que huya a la velocidad del rayo porque lo que menos va a tener junto a mí es glamour. Muchas peripecias y diversión tal vez, pero lo más cercano a glamour será mi parecido con Lucille Ball, con lo cual… bye bye estrellas de los cincuentas. Y a mi pa, decirle que todo se debe a mi dislexia corporal o a que me suceden estas cosas porque vivo en un mundo de fantasía y eso suena poético. Nadia, al leer esto sonríe y me dice, es verdad, de tu brazo caeremos en muchos huecos, pero dentro de ese hueco hay muchas fantasías que nos esperan y que tú me llevarás a conocer. Mamá comprada, gracias Nadia. Vuelvo al sábado por la tarde, la residencia de mi hija por última vez. Me da nostalgia. Cuántas cosa. Sólo pensar en la primera vez que la dejé. Se me partía el corazón. El cuarto era mini, mini, mini, mini y compartido. Ahora el tiempo pasó. Y ya. Nos vamos, au revoir Paris. Bye, bye Paris canta Malcolm Mclaren. La vida da vueltas, tantas. Ella sigue bajando sus cosas. Veo en la mesa de recepción el libro que donó. Sé que ha dejado más en la librería. Una parte de ella se queda aquí. Me cojo uno de los libros, lo escondo en mi cartera. Nosotros somos la generación kindle, Mami, me dice. “Quiero viajar ligero. Lograr pasar un año en París, New York y Milán, para eso no necesitas cargarte de cosas”, continúa. Supongo que sí. Hay sabiduría en lo que propone. Living on a suitcase. Pienso yo que mientras puede escribir, estoy bien en dónde sea. Y por eso para terminar, ya en el avión entrando a América, habiendo saltado el charco termino con esta frese de Paula Monderson-Becker: “Mi vida es una fiesta, una fiesta corta e intensa. Mis poderes de percepción se afinan, como si en los años que me quedan debería absorber todo.. Y yo aspiro todo, absorbo todo.”

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