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Carta 36 - El París de mis ensueños

En el film, Sabrina, Audrey Hepburn le dice a Linus Larrabee interpretado por Humprey Bogart que si va a Paris lo primero que tiene que hacer es llevar un paraguas y yo digo que en el avión de camino a mi maravillosa ciudad lo primero que uno tiene que pedir es una copa de champagne. Antecedentes. La propuesta era ir a París para ayudar a Nadia a cerrar la ciudad en la que ha vivido tres años. Se graduó ya y ahora es flamante licenciada en Cine (como todos en la familia, así es). Ahora bien, el preparar un viaje pone el corazón ligeramente acelerado. Los trámites, la visa, la cantidad de cosas que deben quedar organizadas, las maletas. Nosotros, nosotros es Tiag y yo, compañeritos de aventuras, teníamos tres días para organizar lo que faltaba pues regresamos de la playa de los temblores, el sábado anterior al viaje y para el miércoles, Tiag tenía una otitis tan terrible que los planes tambaleaban; eso sin contar que 48 horas antes de cualquier viaje yo ya no soy yo. Los temores me asaltan, los nervios, algo habré heredado de mi abuela materna, mi hermosa Abuelijita del Paraíso de Ariana, que cuando iba a viajar se caía de la cama pues soñaba que ya estaba en el avión y temblaba ante la idea. Esto no me ocurre, pero casi. Así como amo viajar, tiemblo ante los trámites. Me armo películas completas de que no me dejan pasar, de que me han puesto arraigo, de que me atraso al vuelo. Difícil soportarme en esos momentos, pues ni yo misma me aguanto. En todo caso a la media noche, Tiag daba gritos de dolor y seriamente pensé que tocaba cancelar el sueño y dirigirme a emergencia con un poster de la torre Eiffel para imaginar que estaba en la ciudad de mi juventud. Cae dormido, yo logro también conciliar el sueño y a las tres y treinta de la mañana viene mi precioso taxi rosa a buscarme. Lo conduce Vi, mi gran amigo, confidente y arquetipo de un personaje en una de mis novelas. El taxi es literalmente rosa. No me estoy inventando. De camino Tiag va llorando, le pongo buprex en el oído, dándome la vuelta ante los gritos del Vi, que dice que no ve bien y que me ponga el cinturón. Llegamos. La cola dura más de una hora. Tiag se siente mejor. Los antibióticos del dr. Quiñones y sus remedios surten efecto. Esta vez no se pierde el pasaporte ni ninguno de los documentos pues los llevo en una carpeta morada, visible desde todo lugar. Desayunamos al tiro en Johnny Rockets y pronto estamos sentados en el avión. Ni me entero de cuando despega pues yo estoy profunda. Miami, el olor de Miami, dice Tiag. Ya sólo caminar por los corredores del aeropuerto, me pone bien, me comenta mi hijo. Morimos de hambre. Vamos a buscar un lugar para almorzar. Disfrutamos la pizza más deliciosa. Durante las horas de espera pienso en que ha transcurrido un año desde que mi vida cambió totalmente. Un año de dar pasitos. El primer mes si lograba salir de la cama una hora era demasiado. Me dolían los tobillos, me dolía el pecho Momentos en los que pensaba que el dolor no se iba a acabar jamás, que daba vueltas como diablo en botella queriendo que todo volviera a su estado anterior. Ahora solo doy gracias por todo lo ocurrido. Revivo esos sábados donde Lorena, mi muñequita gótica. Vivía para los sábados donde ella, contaba las horas. Llegaba en estado de bulto y Simón y Lorena se encargaban de recuperarme y mandarme con la sonrisa para la semana. Sonrisa que no duraba mucho, pues pasaba esperando con vehemencia hasta el próximo sábado y empezaban los mensajes desesperados ante los que mi muñequita gótica nunca dijo que no. Una vez, a las 4 de la mañana le pregunté que qué hacía despierta. Contestándote, me respondió. Ah, es que pensé que tenías el mute puesto y yo sólo quería seguir desahogándome, le respondí sintiéndome culpable. No sé cómo no me puso una carta renunciando a ser mi hermana, despidiéndome por insoportable, pero no, siempre estuvo para mí. Pienso también en mis amigas: Ani y Gabi, luego apareció Chris a quien extraño tanto. Mi amigo Alberto, el mejor de todos, siempre para mí. Fernando, Kenny, que no me dejaban y el Carlitos que apareció y me dio el mejor consejo ever. Personas que están conmigo y que no puedo nombrar porque así me lo han pedido no porque no quiera hacerlo. Terapia diaria, vivía para eso. Ahora, desde hace un mes, empiezo a sonreír de verdad y pienso que todo valió la pena, desde niña la mejor época era el verano. Mi padre y yo la amábamos y a finales de junio un verdadero sol llegó a mi vida, un sol que empezó tibio, con el atardecer, duraba un par de horas y no todos los días, luego se volvió intenso, constante, verano de los buenos, me ha calentado y me ha hecho sonreír, así que como me vaticinó una mujer sabia hace mucho, parece que los mejores años están por venir. Con estos pensamientos abordamos y cuando el avión despega pido una copa de champagne. Nadie puede ir a Paris sin tomar una copa de champagne, así decía mi madre. El vuelo transcurre con mucha paz. Duermo, miro una peli y en nada aterrizamos. Tiag observa fascinado el aeropuerto que revolucionó la arquitectura mundial en los 70’s. El aeropuerto redondo. Mientras el avión carretea, Tiag mira los autos que nos pasan alado. Nunca hemos llegado con él a Charles de Gaulle, no lo puede creer. Salimos por la manga, mira el exterior, siente que estamos en una ciudad espacial. Ver con sus ojos, me lleva a como me maravillaba ante todas estas innovaciones de niña. La vida puede ser hermosa, e veldá, como dice el novio dominicano de mi hija Morgana. Por los cristales Tiag exclama: La sala de espera tiene sillones fucsia y rojos. Eh voilà la estética parisina, la mejor de todas, la que te lleva a Marie Antoinette, a mi puerta de entrada de mi depa lleno de cosas, que finalmente ha logrado ganar la aceptación de Mathieu, mi arquitecto. Cuando empezamos la decoración insistía en que less is more, ahora él es el primero en decirme more is more. El baño del aeropuerto también es fucsia y rojo incluido el de hombres. Pasamos la aduana a la velocidad del rayo; pensé que la seguridad iba a ser más fuerte debido a los últimos eventos. Todo fluye hasta que salimos y nos ponen en una esquina debido a que hay una maleta abandonada. Ni eso me importa, estoy en París, mi París, el París de mis ensueños, donde siempre seré feliz. El taxi toma más de una hora y media, tampoco importa, dormito, miro de cuando en cuando los cafés, los restaurantes pequeñitos, árabes, hindúes, japoneses, las tiendas. La última vez estuve en un momento diferente de mi vida, creyendo que una reconstrucción la iba a salvar y por eso tenía miedo de encontrarme aquí otra vez sola, pero no París es más fuerte, me acoge, me acoge, el vientre de Zola que para mí es el materno. Debo haber sido muy feliz aquí en otra vida, por eso la amo tanto. El taxista es un japonés tan honesto que me dice tarifa fija. Pero nos demoramos el doble, le respondo yo, cóbreme lo que corresponde. No, madame, yo perdí dinero, pero es tarifa fija. Nos recibe una puerta turquesa con blanco, parece de encajes. Un jardín en el centro de París, joya total, pues pareciera que estuviéramos en la Provence y sale un señor que abre un cuarto donde se deja las maletas. No podemos hacer check in hasta las tres de la tarde. Son las 12, estamos agotados, eh voilà la simpatía francesa. No me importa. Por las callecitas estrechas del Marais, barrio maravilloso vamos a almorzar. Assiette de fromages para Tiag, hamburguesa vegetariana para mí. Wow, la France a avanzado en gustos culinarios, jajaja. ¿Qué hacemos, mami? Yo no estoy cansado. Vamos a la perdición de los padres, el paraíso de los niños, el nuevo almacén de Lego en el Forum des Halles. Caminamos, pasamos por el Centro Pompidou, locura arquitectónica y luego paciencia hasta que el niño elija. Ya no le duele el oído, es feliz. De regreso tomamos un helado de vainilla, él, yo un deca y Tiag menciona: Me gusta ver pasar a la gente, son tantos mundos. Gracias por traerme. Amo París. Cuando éramos niños, mi padre no creía en Miami que era lo que la mayoría de familias bien hacía en el verano, él nos llevaba a Europa, a recorrer museos, musicales, festivales clásicos. Fue así como conocimos los países tras la afamada cortina de hierro, Juan, le viste a Karajan, escuchamos a Gillels, los mejores musicals, Jesus Christ Superstar, Oliver, entre otros, el maravilloso Mesías, en fin… éramos niños, a veces nos cansábamos, pero ahora recordamos con nostalgia y en nuestro cerebro quedó el amor al arte. Él decía: hacer dinero no es difícil, ser artista sí, sean los mejores. Él era Midas, yo no, para mí hacer dinero es casi imposible, y también ser buen artista. Pero los mejores siempre se van pronto, como dice mi amigo Eduardo y aquí la peleamos, Daddy, como te gustaba que te llame. Así que París, aquí estamos una vez más en nuestro mini, mini, mini estudio, al que se llega por una escalera, como Polly, la de La Niña Anticuada de Luisa May Alcott, mi libro de referencia de niñez. Por la noche fui a la rue Pastourelle que de casualidad es esta misma que se convierte en mi calle de juventud, allí vivimos, Juan, 16 rue Pastourelle. Mientras Tiag dormía, agotado del viaje, yo fui y me paré al frente, aún no anochecía. Nos vi juntos, hablando de nuestros sueños, de lo que queríamos hacer. La vida nos llevó por senderos diferentes.Tú te fuiste pronto. A la época yo era la nerviosa, Angustias, para ya, me decías sonriente. Siempre creíste en mí. Conversábamos hasta la madrugada, recordabas con nostalgia a la Pitu, tu amor de juventud. Yo te comentaba cuanto admiraba a Colette y La maison de Claudine (la casa de Claudina) novela que sirvió de base para El Paraíso de Ariana que lo comenzaba a escribir. Aquí estoy Juan, y como reza la canción de Cat Stevens, Ghost Town, te veo, volvemos a caminar, a estacionarnos en mi Samba Sympa, el Talbot de aros amarillos que tenía a la época. Somos jóvenes y creemos que la vida va a ser eterna. ¿Sabes? Todo ha tenido un sentido, como tú me decías y mi presente no lo cambio por nada. Así que salud, porque a París siempre se embarca uno tomando una copa de champagne.



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