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Carta 34 - Pijamada tras el terremoto

Las vacaciones llegaron. Tiag y su amigo Julián venían preparando el viaje a la playa desde hace casi un mes. Por diversas travesuras propias de las hormonas que revolotean en sus cuerpos masculinos, casi no logran cumplir su sueño, pero llegó el día. Para mí una maleta de libros, cuadernos, para seguir escribiendo, películas al por mayor (pienso que debo conseguir una tele grande, grande, grande; ya llegarán los fondos para hacerlo, ahora no) Saboreó el agua salada, la arena, el sol, las caminatas en la orilla dejándome llevar por los pensamientos. Hace un año vinimos en un momento negro, y aún así encontréinstantes para mí únicos, porque esta casa me calma, porque la hemos mantenido, con mi hermano Sebastián, tal como la dejó mi madre. Es el vientre materno. Donde la recuerdo, donde me lleno de energía y se recargan las baterías. Al empacar, cierro un momento los ojos, estoy en otro momento, tengo seis años y estamos preparando maletas con mi mamá para los tres meses de vacaciones. Lleva libros. Dice que nos va a leer. Napoleón, El Mundo de los Niños, el ejemplar que tiene las biografías de los personajes históricos. Quedaré fascinada con Isabel, la princesa que soñaba con el mar, sin saber de niña que sería la reina del descubrimiento de América y Victoria, la princesa que muy joven al conocer su destino, cierra los ojos y responde: seré buena. Napoleón, en cambio, será destrozado por una niña que lo toma una tarde para intentar aprender a leer, y debido a su naciente torpeza corporal, destrozará el libro sin querer. Hoja tras hoja se irán desprendiendo, asustada tratará de arreglarlo con goma, será peor. Su madre la reprenderá y no continuará las sesiones de lectura en castigo. La niña no entenderá, Napoleón le estaba resultando bastante antipático. Cierro la maleta y me preparo para el viaje. Un nuevo verano, este parece tranquilo. El viaje se desarrolla sin mayores contratiempos, vamos con John, el hombre de confianza de mi tío, magnífico conductor; duermo casi las seis horas de trayecto. Al llegar respiro, la casa sigue como la dejé en febrero. Salgo a la terraza, me sirvo un shot de vodka, se lo mando a quien me acompaña en el chat, Bogie, porque tiene un aire a Humprey and he knows it. Los niños van a la piscina, yo desempaco. Por la noche travesura infantil, mamá molestísima, mi hijo me pide que recuerde mi adolescencia rebelde. Eso se acabó, le digo. De hecho, Sensaciones no es apto para ellos, siempre lo digo en las conferencias estudiantiles. Sensaciones no es para mis hijos, pero es por donde me agarran para hacer locuras. En la mitad de la conversación con Julián, quien entra a pedir disculpas, comienza el primer remezón. Suena, se mueve. El niño me mira asustado, yo le tomo de la mano. Tranquilo, le digo, no es más que una réplica. Pasa pronto, no le damos mayor importancia. Le pido que vaya a buscar a Tiag para el consabido sermón de madre, donde trataré de hacerles entender, por las buenas, que hay reglas en la vida. De pronto el sonido. Parece una explosión. Escucho los gritos de los niños. Se mueve todo. Me tumba al piso. Caigo de rodillas y oscuridad total. No puedo levantarme. No siento miedo, pero la adrenalina me mueve todo el cuerpo. Me levanto como puedo, me golpeo con las maletas. Trato de encontrar la linterna de lectura que de casualidad estaba en la cama, no aparece. El guardia grita que salga, los niños gritan. Tanteo, no encuentro, la puerta, las tinieblas son totales. ¿Será el fin del mundo? La voz de mi hijo me llama y me guía. Tengo que buscar a mi Amá. Amá, sé que estás enojada conmigo, pero te amo, no te mueras, sal. Doy con la puerta y los encuentro. Están asustados, el guardia llora. Rewind ¿El guardia llora? Pause. Sí. Le abrazo y le tranquilizo. Ahora, yo soy la persona más nerviosa del mundo, pero siempre me ocurre que en momentos de crisis al inicio reacciono con cama y después exploto. Con su linterna entramos a coger mi teléfono y mi linterna. La llave del auto para cargar mi celular. Sé que no me puede pasar nada porque tengo una película por hacer con Nadia y Joaquín y porque alguien me vaticinó hace muchos años que esta sería la mejor etapa de mi vida, pero ya comienzo a asustarme. Llaman muchos, preocupados; unos aconsejan que salga cuanto antes, otros dicen que no pasa nada, que tranquila. La cancha de fútbol se llena de autos. Reconozco a una amiga, nos abrazamos. Los niños tiemblan, quieren mudarse de país. Esperamos dentro del auto como una hora. Me canso y decido volver al depa. Los niños no quieren. Los convenzo y volvemos con la linterna. Encontramos velas, las ponemos por todo el cuarto que fue de mi madre. Se ve mágico. Conversamos. Nos metemos los tres a la cama y nos agarramos de las manos. Nos da la 1 de la mañana, conversando de todo, de sus amores de adolescente, de las travesuras, de qué les lleva a hacerlas, de nuestros anhelos. Nos reímos mucho. Duermo mal. Cada hora me despierto, quiero que amanezca. No sucede. De pronto son las 8 A.M. No hay internet, no ha llegado la luz. La fila de autos que deja Casablanca me recuerda a la salida en versión irónica de Anatevka en Violinista en el Tejado. No sé si soy muy irresponsable o simplemente estoy demasiado cansada, pero decido quedarme. Los niños duermen profundamente y yo decido creer en esta construcción y en este lugar que mi mamá eligió. Al medio día vamos a la tienda a comprar provisiones y al restaurant a almorzar. En la puerta de la tienda un grupo de señoras conversan, los guardias se acercan. Yo me siento con ellas. ¿No se van? Les pregunto. Nos quedamos, me dicen. Hay un ambiente especial, todos estamos unidos sin importar la clase, edad o condición. Estamos juntos en esto. Sé que en mi departamento de Quito se rompieron muchas cosas, la lámpara checa de mis abuelos que amaba tanto, una taza de mi juego de té de Estambul. Me da pena. Yo me aferro a lo que me recuerda a quienes he querido. Converso con mi hermano y con una persona especial. Piensan como yo. Me siento respaldada. Así que aquí estamos, en las vacaciones de verano. Ha caído la noche y tengo miedo, pero como dice L. Frank Baum, el autor del Mago de Oz: “True courage is in facing danger when you are afraid.” Y recuerdo que la vida es incierta. Mi hermano se fue con el agua en los tobillos, era un paseo inocente. A mi madre le diagnosticaron cáncer cuando nos faltaba nada para tomar un crucero que festejaría sus 70 años. Mi padre regresaba de conversar con un amigo querido cuando se durmió y se dio de frente con el muro y murió de contado. No puedes esquivar por más que corras aquello que ya te espera. Mientras tanto se disfruta de una hermosa conversación por whassup, de una buena lectura, del sol, de la piscina, de saber que nada es eterno y que eso es lo maravilloso, como decías, Juan Esteban. Disfruto de que Julián vea la maravillosa Moonrise Kingdom de Wes Anderson mientras yo juego con Tiag en el agua. Disfruto de armar mi centro de escritura en la cama, como hago siempre que me dedico a este menester. Disfruto de soñar con lo que pronto será mi secret garden. Disfruto con Dani, la señora que viene a limpiar y a cocinar y que conversa conmigo. Disfruto con Luis, quien cuida mi apartamento y me dice: Así vivimos, señora Viviana, no se vaya. Porque finalmente qué es la vida, qué es la muerte, qué es el dolor, qué es la alegría. Hace un año pensé que no iba a salir del pantano, ahora estoy mirando el sol que cae y me hace pensar que hay esperanza, pequeña esperancita es decir Nadia, el nombre de mi hija. Disfruto de hablar con Morgana más de una hora y reírnos juntas. Me espera, nos veremos pronto. Me tiene organizado un hermoso cumpleaños, esta vez seráBoston, cumpliré 52. Dice Christiane Northrup que es la edad de las diosas. Suena bonito.

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