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Carta 21 - Regreso

REGRESO A veces una piensa solamente en cuando arrancan los momentos, no cuando estos terminan. Avión de regreso. Faltan cuatro horas para llegar a Miami, luego pasar aduana y esperar 5 horas al vuelo Miami-Quito. Son casi quince días de lo que salí a Guayaquil para aquella charla tan especial en la Espol organizada por mi amigo Marcelo en donde departimos mi hermano Sebastián y yo con los estudiantes. Parece tan lejos el viaje a Miami por la noche y la espera todo el día hasta que me subí al vuelo a París. Aterrizar, encontrarme con Nadia, tomar el metro, caminar atravesando el puente hasta llegar a la isla de San Luis en donde queda la residencia estudiantil. Por la módica suma de 250 Euros iba yo a quedarme en el cuarto de huéspedes, al que se llega por una tortuosa escalera. Para mí era especial quedarme en la residencia de Nadia, tratar un poco de sentir lo que ella vive, de admirarla por su valentía. Por más ciudad luz que sea, es una de las más crueles y frías del mundo. Todos los que hemos vivido ahí sabemos cuán complicados pueden ser los franceses, lo difícil que es entablar amistades, lo cerrados que son. Pero ella lo ha logrado, se maneja y se las arregla y por eso la admiro. Tal como comercial de tarjeta de crédito, mirar su carita al otro lado de la ventana esperando mi salida no tiene precio. Tiene un rostro en forma de galleta o al menos así la veo yo. Eso quiere decir dulzura, alegría, optimismo y sonrisa constante. Llevaba yo sin haber visto una cama dos días completos, pero ese abrazo me llenó de la energía que necesitaba para tomar el metro y llegar a La Vigie. Dejamos las maletas y salimos a almorzar a un pequeño restaurant de la Isla. Crepe de champiñones para mí, de jamón para ella y luego sí colapse hasta las cinco de la tarde, hora en que debía ir a ver a mi prima Manuela y a su esposo. Ellos viven también en la ciudad de los sueños y me gustó reencontrarlos cada vez más desenvueltos y seguros de su futuro. Caminar, ir al cine, quedarme completamente dormida y regresar para caer agotada hasta el día siguiente en la mini cama que compartí estos días con Nadia. Y así llegó Cat Stevens. Arrancamos con un brunch en el Marais y un paseo por aquellas hermosas callecitas. Tantas cosas de las que teníamos que hablar, no se acababan los temas. Los sueños de Nadia, los míos, las frustraciones de cada una, los estudios, mis proyectos, los suyos. Creo que una vive para esos momentos únicos. Y así tomamos el metro para ir a escuchar al ídolo de juventud que no decepcionó. Si, impacta verlo ya completamente canoso, los años y el tiempo no pasan en vano, pero esas canciones que a una le transportan a otros momentos fueron, siguen y serán siempre especiales. Me faltó Lady d'Arvanville y Remember the days of the old school yard, pero hubo tantas otras, hermosas, únicas. París se conmovió con Cat, valió la pena y así como lo soñé se acabó. Ahora es otro recuerdo más. Los días siguieron. Momentos especiales: Les cuatre cents coups en pantalla grande y la exposición de Truffaut en la Cinemateca, tomar el bus desde Campos Elíseos hasta la Gare St. Lazare para ir a ver la maravillosa película alemana Del otro lado del muro y ayer la favorita de los óscares para película extranjera: Mommy del genio Xavier Dolan, única, espectacular, dura, impactante; el viaje a Berlín donde me reencontré con mi querida amiga Elsye y me encantó verla radiante y creadora, llena de luz y magia; la Filarmónica de Berlín interpretando a Bach, a Mendelson y a Nielsen. Aquello es algo que transporta y más aún al ver el entusiasmo final del público. Caminar por la puerta de Brandemburgo, llegar a Alexander platz, ir a Prezlauer allée, al Museo del Pérgamo: Puerta deBabilonia, Istar, Astarté; hermosa y deslumbrante Nefertiti en el,Neues Museum; entrar a Checkpoint Charlie y pensar con horror que durante treinta años esa ciudad estuvo dividida por un muro. Comprobar que los seres humanos podemos llenarnos de tanto odio y crueldad. Recordar que fuiste, tú Juan, en el 90 a ayudar a derrocar, como tantos jóvenes, ese muro y que ahora en la sala de mi casa hay pedacitos del mismo porque tú los trajiste y cuando ya no eras de este mundo, pedí llevármelos yo. Muchas veces los he salvado de la basura, cuando alguna empleada ha creído que el cáliz de plata donde los guardo debe ser limpiado y que alguien ha puesto por error piedras y polvo. ¡Es el muro de Berlín! grito cuando esto pasa, espantada. Todos me creen loca. Berlín es una ciudad a la que quiero volver. Con estas ansias que me ha agarrado por viajar, espero poder hacerlo. Otro recuerdo, la tienda de Diane Von Furstenberg en París. Por casualidad hace un par de semanas me llegó un anuncio de Amazon: “Adquiera el nuevo libro de Diane Von Furstenberg, La mujer que quise ser.” No hice mucho caso, fui a despachar un par de asuntos, pero ya algo se había movido dentro de mí. Diane Von Furstenberg fue el ícono de mi niñez. Tenía nueve años cuando en cada Vanidades o Buenhogar que habría la encontraba. Se había casado con el príncipe Egon von und zu Furstenberg. Se les encontraba en todos los eventos y de pronto en un artículo hablaban de su famoso vestido: el wrap. A los pocos meses ya mi padre le trajo de algún viaje un hermoso wrap a mi madre y luego mi tío Santiago le contaba a mi padre que en el último viaje a Miami habían comprado varios wraps para mi hermosa tía Lupe que se parecía a Diane. Pasó el tiempo, la fui perdiendo de vista y luego en el 2000 regresó el wrap que no me lo compré porque ya para ese entonces no se me iba a ver glamorosa pues mi talla no era ni de cerca la adecuada para usar un wrap. Entonces al leer el anuncio en Amazon, me pregunté que fue de la vida de esta mujer que a los nueves años me hacía soñar; adquirí el libro via kindle que dicho sea de paso es mi adicción y durante dos días pasé clavada a la lectura. Me encontré con una mujer que muy princesa y jet set, comenzó a trabajar a los 24 años con una idea: el wrap. Que al principio no le tomaban en serio y que iba de puerta en puerta enseñando sus vestidos. Que para los 27 años era una de las mujeres más ricas del mundo, que siempre creyó en auto abastecerse porque eso la hacía sentirse orgullosa, que jamás necesitó pensión alimenticia del príncipe Egon porque a ella le gustaba hacerlo sola. Que trabajaba de sol a sol, que se recorría todos las ciudades de Estados Unidos asesorando ella en persona a las mujeres que llegaban a la tienda a comprar sus vestidos, que luego creó su línea de maquillaje y que de igual forma iba a todas las tiendas a maquillar en persona a las mujeres que llegaban a probar sus productos. Que a su vez se daba el tiempo para ir a partir de la media noche al Studio 54 donde como ella dice vivía la vida de un hombre en el cuerpo de una mujer. Que reactivó su línea luego de años de ausencia, que venció al cáncer, que a los 28 años le ganó la portada de Newsweek al presidente Ford. En fin... Me gustó entrar en su tienda y mirar, no tenía el presupuesto para comprar más que un estuche para mi móvil, pero quería llevarme algo de ella porque creo en los fetiches. La última noche en París cansada y nerviosa por el próximo viaje cumplí un viejo sueño: Antigone de Jean Anouilh en la Comédie Française, obra que amé, que me hizo amar el teatro, que estudié en la universidad y que ahora al verla en vivo, reactivó mi deseo de seguir montando piezas teatrales. Llegamos a la residencia y pensé que los días pasan muy rápido. A las 6 y 45 estaría el taxi esperándome para llevarme al aeropuerto Charles de Gaulle. Adiós, Naita, niña valiente y guerrera, quién sabe que te deparará la vida. Y así con estos recuerdos cuento las horas para llegar a Quito y volver a lo mío, siempre dividida entre dos mundos: Nadia versus Morgana y Tiag. Porque la escritura la hago aquí o allá o justo en la mitad como en este momento.

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