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Carta 128 - MIENTRAS TANTO CUMPLÍ SESENTA

Sabía que iba a llegar, pero a la vez, extraña contradicción, no pensé que sucedería. Sin golpear, entró y no ha sido bonito. De hecho, ha sido asustador. Dicen, solo es un número, pero no es verdad. Respeto los criterios de otros, sin embargo, esto es lo que yo siento. A mí no me gustó, como no me gustan las canas, ni las arrugas, ni sentir que el motor necesita ir a la mecánica con más frecuencia para los ABCs. Pero, ya está, es mi realidad y hoy, algunos meses más tarde, no permito que se convierta en una carga excesivamente pesada. Curioso, todo el año pensé cómo iba a celebrar mis sesenta años. Por alguna razón, los grandes eventos no se me han dado bien. Recuerdo a mis diez años; me preparaba a festejar el Halloween con mis compañeras y terminó tan mal que no lo podía creer, a pesar de que lo había planificado con tanto detalle. No lo entendía. Pensaba que algo maravilloso iba a ocurrir que cambie todo, pero no, y es una realidad y no se la puede cambiar. Cuando cumplí quince sucedió algo parecido. En algunas Navidades también. Y así puedo enumerar muchos eventos que podrían ser protagonistas de sendas historias. Esta vez, no quería que ocurriese lo mismo y tampoco quería que pasara desapercibido, pero a la vez tenía miedo de que algo saliera mal, así que decidí organizarlo todo yo misma. Con muchos meses de anticipación advertí a mi familia cercana de lo que estaba sintiendo. Supongo que les traspasé una carga grande, pues después descubrí que crearon un chat grupal para tratar cada detallen y el gato respiraba más fuerte cada vez que me acercaba. Reinaba entre ellos el pavor de que algo saliera mal (ya me conocen, por mi ascendente cáncer, soy extra sensible) así que todo el apoyo que me dieron fue maravilloso. En todo caso, ¿qué me podían ofrecer de distinto? Recordé a mi madre y a su gusto por los cruceros, así que comencé a investigar. Sería algo diferente, un crucero luego de muchos años.

 


Ya cerca del día en que entraba en la nueva década me miré al espejo. Quería hacer algo con mi rostro; barajé la posibilidad de cortarme el pelo, uff, por suerte, no lo hice y al final solo me decidí a recortarme las puntas; en cambio, me apliqué el botox por primera vez. Fue impactante ver cómo desaparecieron las arrugas. Sonreí ¿Acaso era tan fácil volver a ser joven? ¿Acaso era verdad que era tan solo un número? Las edades de mis hijos, los recuerdos encadenados y el blanco que atisba en las raices de mi pelo reclamando poner urgente el tinte negro, me confirmaron que no. El tiempo está pasando. A la vez, me parecía simplemente maravilloso observar mi frente lisa en el espejo. De hecho, durante días corría a todos los espejos de los baños, o donde los hubiese, para mirarme y sonreír. No solo eso, me inyectaron ácido hialurónico y mi cara se infló de una manera sutil y esplendorosa. ¡Qué bonita me veía! Guauuu. Lastimosamente, eso no dura y, tres meses más tarde, todo vuelve a su estado natural. Tal vez ahora, ya no me interese colocarme nada, ¿o sí? Marguerite Duras sostiene que a partir de una cierta edad la cara refleja quienes somos y esa persona que ha pasado por tantas experiencias, por sesenta años de vida, por amores, desamores, triunfos, fracasos, e hijos se ve reflejada en mis expresiones y en mis arrugas. Mi tercer divorcio me trajo una arruga marcada en la frente, no me gusta, tal vez esa me la pueda borrar, ¿el resto? Creo que lo acepto.


Nos fuimos a Islandia. Abordamos un hermoso barco y, la verdad, creo que lo recordaré toda la vida. Fue fantástico y todo salió bien. De hecho, me acompañará siempre, el crucero de mis sesenta años, pero más allá de todo eso, hubo algo en esa lejanía que me hizo sentir que entraba a otra etapa, que no era un cumpleaños más.

 

La tarde anterior al cumpleaños fui a la Laguna Azul en Reykjavik con mi hijo. Quedará entre los recuerdos más hermosos. Él y yo. Cuántas cosas compartidas, él se acerca a los veinte años, yo ya en el sexto piso. Conversamos esa tarde y, por primera vez, sentí que se iniciaba una etapa donde comenzaba a apoyarme en su hombro, a pesar de que me prometía no torturarle con mis debilidades. Él empieza su vida. Yo, hago votos para cumplir el onceavo mandamiento de mi madre que fue: no molestar.

 

¿Qué puedo decir entonces a esta nueva década que enfrento? Que todavía me despierto asustada y digo, Viviana, tienes sesenta años, y me da ganas de gritar. Que un estudio médico revela que se envejece con fuerza a los cuarenta y cuatro años y a los sesenta. Sé que ahora ya no me atrevería a mudarme a otro país como lo hice a los cincuenta y seis. Tener cincuenta y seis suena a bebé. En aquel momento, me sentía fuerte y valerosa. Ahora, no lo sé, pero vivo el día a día y trato de adaptarme a mi realidad. No dejo de hacer deporte, ya logro levantar pesas de ocho kilos en el gimnasio. Para mi hijo eso es un papel, pero para mí es un mundo. Estoy acabando de renovar una casa, eso no me agradó para nada, pero me siento orgullosa de haberlo emprendido. Sigo escribiendo, eso me cautiva.

Caminaba dichosa por las avenidas de Lisboa, corría, trotaba, cargaba una mochila ligera. Con Tiag fuimos a bucear. Y luego, a esquiar y allí me golpeó por la espalda una chica inexperta casi al final de la pista y me partió la rodilla en siete lugares.

Me acerco al no regreso, a los setenta y, quien sabe, si a los ochenta o noventa. ¿Da miedo? Da pavor. Los cincuenta me encantaron. Fue mi década de aventura, mi liberación de un marido que solo fue un estorbo, volví a enflaquecer, me puse tacos más altos, y me lancé a la aventura. Tanta aventura que me embarqué en un

avión y me vine a vivir a otro país en plena pandemia acompañada por mi hijo adolescente. Y me sentía joven, tremendamente joven. Caminaba dichosa por las avenidas de Lisboa, corría, trotaba, cargaba una mochila ligera. Con Tiag fuimos a bucear. Y luego, a esquiar y allí me golpeó por la espalda una chica inexperta casi al final de la pista y me partió la rodilla en siete partes  Ahora, cargo con una rodilla rehabilitada, porque rechacé la cirugía y cumplo fielmente el dictamen médico de desarrollar una pierna de futbolista, o sea, procuro una como la de Ronaldo. Padezco de los bajones que me produce mi mal de Addison que ya suceden con más frecuencia. Y sí, ahora observo como mis hijos me protegen, me cuidan, susurrando porque mamá ya está mayor. Tal vez no deba viajar sola, piensan y, por lo tanto, se turnan para acompañarme. Es que tiene la rodilla mala, es que se pierde. Claro, ellos son los jóvenes adultos y yo ya tengo sesenta que, por más que digan que son los nuevos cuarenta, no es tan cierto. Se angustian cuando olvido cosas, porque tal vez sea un indicativo de algo no muy bueno. Yo, a mi vez,  me preocupo de recordarles que, si algo me pasa, las claves de todo se encuentran donde ellos ya saben. Tiag quiere colocar su rostro para que el teléfono lo reconozca. De ser así, yo ya no podría tener secretos, que sí los tengo, y muchos. Pero, es importante que sepan dónde está todo, no sea que pase lo que ocurrió con mi madre cuando falleció y mi hermana, gran portento, tuvo que adivinar las claves de sus cuentas para poder acceder a ellas.



La vida es compleja, digámoslo más suavemente, y los sesenta aunque llevemos pantalones modernos y mucho tinte, botox y ácido hialurónico no son los nuevos cuarenta. Es una realidad, pero toca atravesarla, no hay otra opción. Todos queremos llegar fuertes y no ser una carga para nuestros hijos. Pero no sabemos cómo vamos a dejar este plano. Cargo conmigo una cantidad de años ya vividos, de experiencias y de errores cometidos; por alguna razón no suelo recordar mucho mis triunfos, me centro más en mis equivocaciones. Me extraña porque a veces, al acostarme me siento igual igualito que cuando era joven, pero luego me despierto, me miro al espejo y pienso. Uauuu, el tiempo ha pasado, Viviana, llegaste a los sesenta.  ¿Pero saben qué? Hoy, por primera vez en mi vida, levanto ocho kilos y hago musculación todos los días. No lo lograba a los veinte.  Me gusta que comienzo a ser más asertiva en mis creencias y no me molesta quedarme sola, si quienes creía mis amigos, no piensan como yo. Descubro que tengo muchos amigos en otros planos, los personajes de todos los libros que leo al tiempo. Hoy me acompaña Lucy Barton y Bob Burgess y Olivia Ketteride ( personales inventados por la magnífica Elizabeth Srout) y han vuelto porque estoy releyendo, Lenu, Lila, Pasquale y los Solara, (del cuarteto neonapolitano de Elena Ferrante)

Una pequeña editorial española cree en mi novela Tres pasos de baile y se lanzará en abril próximo en Zaragoza y eso me tiene feliz y me rejuvenece y me produce un deseo loco y vertiginoso de dar tres pasos de baile gritando de alegría.

Ante todo esto el gato y el señor Guerreiro fruncen el ceño con todo lo que invento y exagero y a veces los dos sonríen también ante tanto drama ficticio. Ellos engavetan sus problemas, yo los ventilo. Pero, con toda sinceridad, resulta que este presente es el mejor presente de mi vida. Desde que llegué a Portugal, no me demoro más de cinco minutos en dormirme y lo hago de largo hasta el día siguiente. Y ahora, me levanto dichosa en mi nueva casa. Porque he logrado muchas cosas y a pesar de todas las caídas me he levantado y entonces sesenta se convierte en todas los potenciales y en la edad del agradecimiento porque una pequeña editorial aceptó creer en mi novela Tres pasos de baile y se lanzará en el mes de abril en Zaragoza y eso me tiene feliz y me rejuveneces y me da un deseo loco y vertiginoso de dar tres pasos de baile y gritar de alegría. Sesenta se convierte en la edad de la sabiduría y sonrío porque aunque a veces mis hijos me quieran proteger, estoy fuerte y corro los domingos en el paseo marítimo de Oeiras y tomo un avión sola para ir a celebrar la entrada al segundo piso de mi hijo Tiag. Han pasado veinte años desde que llegó al mundo. Uff cuanto has recorrido Tiag. El poeta ecuatoriano Medardo Ángel Silva escribió: “¡Hoy cumpliré veinte años, amargura sin nombre de dejar de ser niño y empezar a ser hombre…” Me contaron mis abuelos que ese verso lo recitó mi papá cuando cumplió veinte años y ¿la verdad? a los veinte yo estaba muy confundida. Creo que, a pesar de todo el terror, prefiero cumplir sesenta.



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