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Carta 127 - UNA MAÑANA SOLEADA

Todo comenzó como empieza un cuento, canta Carlos Vives. Era un lunes de septiembre del año 2022. Una mañana soleada, como suelen serlo en Portugal, con total cielo azul, sin una nube y el océano Atlántico de fondo. No hay nada más hermoso que esa vista. Dos años habían transcurrido y todavía me impresionaba gratamente. La vida parece hermosa con solo vislumbrarlo en este país donde casi siempre el sol es amarillo intenso y el cielo se muestra azul brillante y claro. Cuando regresaba de dejar a Tiag del colegio, o lo iba a recoger, en muchas ocasiones simplemente contemplaba el cielo azul como fondo de la autopista y era una sensación especial que me llenaba de alegría. Esa mañana iba en dirección a la rua José Diogo da Silva en Oeiras. 

 


Hacía algunas semanas había comenzado el ejercicio de buscar casas antiguas que estuviesen de venta. Se acercaba el fin del segundo año de arriendo en la Praceta Dr. Francisco Lucas Pires en Carcavelos y enfrentaba un dilema: quedarme indefinidamente allí, o empezar a buscar otras opciones. Durante el primer año había rogado que no se me presentara una nueva mudanza, tenía cero deseos de empacar y volver a desempacar. Si bien el proceso de salida de Ecuador no me había estresado brutalmente, no quería volver a hacerlo. Era como regresar a una tienda luego de salir con las bolsas llenas de compras. Ya no más. Había sido suficiente. Sin embargo, hacía ya varios meses, diferentes personas me venían repitiendo que los alquileres estaban subiendo con barbaridad y que al cumplirse los tres años y terminara mi contrato, bien se podía duplicar el arriendo o me podían anunciar que la casa estaba en venta. Eso me asustaba.

 

Lo pensé, lo medité, le di largas. Una mañana me llamó  intempestivamente el propietario para avisarme que una persona iría a conocer la casa. Ten cuidado, me advirtió mi profesora de portugués, te puedes encontrar de la noche a la mañana, frente a una situación desagradable. Eso no podía ser. Las reglas y las leyes existen, no me pueden sacar.  Esto es Portugal, me respondió  Marta. Idealizas mucho este país. Claro que puede pasar. Dudosa, llamé a mi abogado y él corroboró lo que planteaba Marta. El inquilino nunca tenía la razón, la tenía siempre el dueño de casa. No importaba el contrato. Me podían echar de golpe. 


Las reglas y las leyes existen, no me pueden sacar.

 

Me senté en mi cuarto verde, aquel que usaba para huir del mundo o para meditar. Miré desanimaba las acuarelas de París pintadas por el amigo de mi madre, aquellas que me parecían habían sido colgadas hacía nada. ¿Otra mudanza? No tenía ninguna ilusión, pero cuando sentí que el tener que cambiarme a otro lugar arrendado podía ser una realidad, llamé al dueño y le pregunté: ¿la casa está de venta?  Siempre he sido de decisiones rápidas. A veces mi mayor virtud, otras mi maldición y la causa de muchas de mis desdichas. Sí, me contestó. Lo está. Me sentí traicionada, ¿cómo no me lo había dicho antes? Pensé cuánto odiaba esta costumbre portuguesa. Son a veces tan parecidos a los quiteños. Esa actitud tan clásica de quedarse callados cuando están pensando en hacer algo. Yo también lo he hecho. No contar, no avisar, no decir de frente. Era horrible, lo detestaba, pero es común en mi país adoptado. Lotus me miró sospechoso. No te gustará mudarte, gato. Lo sé, a mí tampoco, le dije  rascándole suavemente la cabeza. Pero. ¿sabes? tal vez lo tengamos que hacer, así que vamos acostumbrándonos a la idea. Respiré y traté de asumirlo. Era un hecho, la casa estaba a la venta. Nuevamente tomé el teléfono, con algo de esperanza, y llamé al dueño para preguntarle el precio. Mucho más cara de lo que tenía previsto pagar, pero eso ya lo había imaginado. Además de ser demasiado grande y costosa, la casa necesitaba hartas reparaciones. 

 

Mi hijo se marchaba a estudiar al final del año escolar, lo mejor era tratar de comenzar una nueva vida, en un lugar distinto y no tan grande. A buscar se ha dicho, me repetí desanimada. Nos toca, señor Gato. Y fue así como esa mañana, con mucha disciplina me preparé a conocer la primera de las cuatro casas disponibles mientras Lotus se acurrucaba en la banca de la sala dejándome el trabajo pesado. Visitarás muchas hasta que decidas, me anunció el señor Guerreiro. Seguro que sí, muchas, muchas. Pero había que comenzar.

 

—Esta casa era la casa de playa de los primeros dueños. Data de 1942. Pertenece a la arquitectura conocida como Portugués Suave.


Así inició su charla la corredora inmobiliaria. Entramos y no me tuvieron que dar más argumentos para la compra. Fue amor a primera vista. En los pisos de la sala y el comedor encontré azulejos rojizos intercalados con otros más pequeños pintados con motivos marinos en vivos colores. Todas las paredes estaban forradas, a media altura, de azulejos realizados a mano, verdaderas obras de arte, del taller de la Viuva Lamego, por demás conocido y valorado en Portugal como me enteré más adelante. Me parecía un ambiente mágico, único. Seguramente no sería del agrado de todos, pero para mi gusto, una joya.

 

Al salir, la corredora me dio las direcciones de las siguientes casas. Me subí al auto y comencé a conducir. Estaba sola, miraba nuevamente al cielo de un azul total y al mar mientras avanzaba por la avenida Marginal, probablemente la vía más hermosa del mundo. Mi mente estaba en la casa de la rua Diogo da Silva. El mundo era amable y dulce en ese momento. Lo sentía. Conocí las otras casas, pero no me llegaron a producir ni de cerca lo que me había sucedido con la primera.

 

El señor Guerreiro pensó que exageraba. Mi hija también. Los convencí para visitarla esa tarde. Luego de recorrerla el señor Guerreiro comentó: Tal vez es hora de que les hagas una propuesta. Él nunca decide de golpe, ¿o sí? ¿Qué estaba ocurriendo?  Una semana más tarde, sin tener el dinero para comprarla estaba llamando a los propietarios.

 

Era una casa de los años cuarenta, o sea, una casa ya ochentona, a la que había que realizarle un buen número de reformas. ¿Estás segura de que quieres hacerlo? me preguntó el Señor Guerreiro. No debe ser tan difícil, respondí mientras caminaba por la playa. He hecho seis películas en Ecuador, no debe ser tan difícil. Él rio. Yo no tenía idea en lo que me estaba metiendo.


 ¿Estás segura de que quieres hacerlo?

No debe ser tan difícil. La frase que me ha acompañado toda la vida. La causante de mis batallas, de mis desdichas, de mis desafíos y de mis triunfos. Scarlett O´Hara, la protagonista de la novela Lo que el viento se llevó, solía repetir una frase: lo pensaré mañana. Su leitmotiv. La mía, desde hace mucho es : no debe ser tan difícil. Y por eso me he aventurado en situaciones en extremo complicadas y muchas veces he despotricado contra mis desafíos.

 

Y es que ese lema me ha servido para avanzar y también para odiarme. Porque casi siempre resulta mucho más difícil de lo que imaginé. Y sí, el proceso para renovar esta casa sería tan tortuoso que por momentos sentiría que me volvía loca en el intento ante la mirada seria y desaprobadora del señor Guerreiro que no entendería el porqué de tanta ansiedad. Él, de carácter flemático y equilibrado, no suele perder la cabeza con facilidad, excepto con mis dramas.

 

Ahora, pasados ya dos años de la firma de la compra-venta, estoy aquí sentada escribiendo, mientras tomo sorbitos pequeños de mi jarra con motivos de azulejos aquel té de menta que tanto me gusta. Ya han pasado cuatro meses desde que me mudé. Tantas situaciones se han dado, tantas que estoy olvidando y eso me asusta. Debí haber guardado cada sentimiento, cada frustración. Ahora es muy fácil guardar sentimientos en el iPhone, ¿por qué no lo hice? Era cuestión de anotar: a las 2:00 pm, alegría. A las 3:30, frustración. A las 5:00 de la mañana, desazón total y ansiedad. Pero no lo hice. Y ahora por momentos no hay nada, sino tan solo una gran bruma. Como si todos los momentos se hubieran desvanecido a pesar de que la casa está a tres cuartos de terminarse, o sea que falta, falta, falta. Y por eso, sentada con puntualidad inglesa a mi escritorio, sigo  escarbando en mi memoria y, a veces, cuando no encuentro nada, invento situaciones y sentimientos. Recuerdo a mi exmarido que, cuando estaba fotografiando mis películas y le gustaba algún paisaje, me pedía:  invente carreta para fotografiar este sitio tan bonito, usted es buena para eso. Y yo sonreía pensando que la carreta se inventa cuando vale la pena la historia, no el paisaje. 


Era una casa portuguesa que se encontraba en la rua José Diogo da Silva, en el pueblito de Oeiras. Hacía tres años, cuando pasaba por aquella calle, que era seguido, a mí me gustaba mirarla. Me parecía la calle más bonita que había visto. Como de un cuento de hadas. Algún día me gustaría vivir aquí, me decía, cuando regresaba de Porto Salvo dejando a mi hijo en la escuela Sharing, en Tagus Park.  Dos años más tarde, gracias a un crédito hipotecario y a la ayuda de mis hermanos estaba firmando la promesa de compra venta y sintiendo terror por la noche. Había comprado una casa en Portugal, en la calle más bonita, con casas de color rosado, mi color preferido. ¿Era tal vez una locura? A veces es mejor no conocer lo que el destino le depara a una. No iba a ser fácil.  Muchas personas declaran haber colapsado en medio de una renovación. Y es que a veces yo no puedo manejar mis emociones debido a mi ascendiente Cáncer. Un Cáncer está sujeto a la luna, no hay nada que hacer, es como las mareas. Yo, a pesar de ser leo, tengo mi ascendiente en Cáncer lo que me torna frágil y sensible en extremo. No lo puedo evitar, pero por lo menos tengo la valentía de aceptarlo. Y si a eso se suma mi Addison, que juega también con las emociones, no se diga más.  El gato me mira cansado. Se aburre a veces con mis dramas, pero no le queda más que aceptarme aunque a veces prefiere la actitud tan inglesa y nada dramática del Sr. Guerreiro que vive enfrascado en las lecturas acerca de la segunda guerra mundial, haciendo caso omiso de todos los culebrones que revolotean en mi cabeza. Para él la casa es fantástica. Tiene tanto espacio y es fresca durante el verano. No se siente el calor que agobia a quienes viven en Lisboa, que lo agotaba a veces en la Praceta. Con calma todas las mañanas se dedica a limpiar las piedras del jardín.Yo, en cambio me encierro en mi estudio, cierro los ojos y me alejo en busca de mis aventuras imaginarias.


A veces es mejor no conocer lo que el destino le depara a una.

Comienzo a aceptar que tal vez esto de renovar está dándole un significado único a mi existencia y que quizás al igual que Frances Mayes, la autora del libro Bajo el cielo toscano, el cual narra la renovación de  Bramasole, una villa en la Toscana, yo puedo contar la renovación de La Victoria, una casa en Oeiras. Una casa  en la que desde mi cuarto, hace una semana, escucho el sonido de Cavaleria Rusticana, la ópera que se presenta en los Jardines de la casa del Marqués de Pombal, mi vecino, con motivo del Operafest de Lisboa.  Me gusta dormirme y escuchar las voces. Hubiera querido asistir, pero mis sesenta años se sienten y no tuve la energía para ir a mirarla. Será el próximo año. Hace algunos meses fueron Toquinho y Juan Luis Guerra quienes se presentaron muy cerca de mi casa y a ellos sí los escuché presencialmente. Es una casa mágica. Es un país lleno de sol. Es, como dice mi hijo, un lugar que nos ha sonreído, que nos ha abierto sus brazos y al que cada vez nos sentimos más allegados.



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Definitivamente toda una aventura llena de aprendizajes y crecimiento de conciencia 😇 Gracias por compartir tu aventura y hacernos parte de tu bello proyecto ❤️

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