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Carta 60 - Los 54



Llegó el 3 de agosto y varias preguntas con él. Los occidentales celebramos Navidad con algunos actos por la fecha. Su propósito es transmitir amor y mucha paz, más el intercambio de regalos como señal de cuánto nos queremos. Algunos celebramos el día de Acción de Gracias y, como su palabra lo indica, es una manifestación de gratitud. El Año Nuevo aprovechamos para hacernos mil promesas de acciones y rectificaciones. Pero, el cumpleaños es de cada uno y a cada cual le toca su enfrentamiento propio. Así que, lo primero que vino a mi mente es que esta era la primera vez que lo celebraba sola. Es decir, tuve tres comensales para la cena, pero ninguno de mi familia, y aquello me hizo pasar muchas horas conmigo mismo.


Y no pude evitar pensar que son 54 años. La verdad es que es mucho, es más de medio siglo, es mucho más de lo que vivió mi papá y, ni se diga tú, Juan. A los 18, a los 20, inclusive a los 30 y hasta los 40, no pensaba que llegaría a los 50. Qué viejas se veían las señoras de esa edad cuando yo tenía 30. Y, ahora, ¿me veré yo cómo aquellas? El espejo es engañoso y no nos muestra como nos ven los demás. Sin darme cuenta, llegué a los cincuentas y ya estoy en camino a los sesentas. ¿Me asusta? Sí. Tengo miedo de una mala vejez, de causar problemas a mis hijos, pero en eso no quiero pensar ahora. Quiero pensar en quién fui, en lo que hice. No todo fue bueno, en realidad hubo cosas malas. Tomé una gran cantidad de decisiones equivocadas y pequé de ingenua, pero todavía sonrío y eso me gusta. Asumo la gran parte de los errores cometidos y me hago responsable de mis elecciones. Claro que me hubiera gustado ser más madura y equilibrada para tomar las decisiones correctas. Todo estaba ahí y no lo quise ver. Pero, ya, y eso es lo duro, toca hacer las paces con lo hecho, porque el pasado no vuelve.


Ahora bien, también hice cosas fantásticas, que de niña nunca las hubiera imaginado. Y me arriesgué. Hay personas que no se lanzan por miedo a que les vaya mal. Yo preferí jugármelas, porque pudieron haber salido bien. La teoría de las probabilidades es real y cuando le juegas al 24 rojo, éste sí puede salir. Con mucho más de medio camino recorrido, estoy cansada de volver a empezar, pero hay cosas que todavía me gustaría hacerlas. Por ejemplo, tal vez me gustaría vivir en otro país por un tiempo, aunque también me gusta sorprenderme y eso pasa cuando uno no está en ese lugar, cuando llega de golpe. Si viviera aquí, tal vez ya nada me llamaría la atención. Es decir, me gustó llegar a un hotel en Boston. Como dice Diane Von Furstenberg, me encantan las habitaciones de hotel. Son mágicas. Me gustó despertarme completamente sola el día de mi cumpleaños y decir Happy birthday to me. Y luego, darme cuenta de que estaba en otra ciudad, una ciudad que amo y que allí estaba cumpliendo años.


En verdad, a muchos no les gusta cumplir años. Pero, hay algo especial en ese día, sobre todo gracias a las redes sociales, porque uno cree, por lo menos vista la cantidad de mensajes, que tiene muchísimos amigos. De alguna manera, es verdad, por lo menos por un día, las personas que te conocen se toman el tiempo de saludarte y de desearte lo mejor y una se siente reina por 24 horas. Creo que hacemos bien en cumplir años y no meses ni días, porque pienso que el ser humano está mejor dotado para la infelicidad, que para el sentirse amado 24 / 7. Abría mis cuentas de redes sociales y, cada vez, más abrazos y buenos deseos.



Años antes, pasaba totalmente desapercibido. No fue hace mucho, cuando aún no tenía Facebook. Y lo digo de frente, me gustó sentir que importo, quizás porque soy Leo y a los Leo nos gusta que nos mimen, que nos den regalos, que nos hagan sentir importantes. Ya al día siguiente, una vuelve a la normalidad y eso no es tan bonito, es un golpe fuerte y viene entonces el reconstruir en imágenes la vida. ¿Quién fui? ¿Quién soy? ¿Qué quiero? Mi amigo y actor, Gonzalo Samper solía decir antes de su cáncer (él falleció precisamente a los 54 años, cuando yo tenía 48 y le veía mayor) que, al momento, se encontraba a velocidad de crucero y estaba tranquilo. Mi amiga Irina, quien me invitó un delicioso café antes de viajar, me decía que ya hicimos las películas, ya escribimos los libros, ya montamos las obras de teatro, doble esfuerzo para ella, una rusa en el Ecuador. Decía ella: Vivi, ya hicimos todas esas cosas, ahora quisiera viajar, mirar el paisaje, relajarme. Y yo pensé que, efectivamente, hay cosas que ya las hice, ya fui mamá, ya estudié, ya viví en otros lugares, ya trabajé, ya me casé… tres veces… no me fue tan bien. Me da pena lo que no funcionó. Me siento orgullosa de lo que sí.


Espero para mis hijos una hermosa vida y, ojalá, que no pasen por los dolores de las traiciones, del desamor y de las muertes que me visitaron. Soy realista, no negativa, sé que muchas cosas no tomaron el curso que yo deseaba y no hay nada que se pueda hacer. Quise vivir de mi escritura, pero no sucedió. Sin embargo, cruzo los dedos que se me conceda. Siempre creí en construir, no destruir, pero mucho se destruyó en el camino. Eso duele y, tal vez por eso, nos salen arrugas y brotan canas. Y, también creo que existe el efecto contrario, o sea, cada nueva esperanza nos quita una arruga… aunque tal vez demasiado tarde para las canas. La verdad es que, a pesar de los años, mantengo un costal inagotable de esperanzas. Curioso. En todo caso, yo no estoy cansada de hacer cosas, quisiera que el día tuviera 37 horas para alcanzar a leer todo lo que quiero y escribir todo lo que anhelo, pero no es así y me frustro. Ahora, hay cosas que ya me dan pereza, que me aburren. Muchas, en el fondo. Me he vuelto selectiva. Ya no hay mucho que me sorprenda. Pero lo que me gusta, me sigue gustando. No envidio la etapa por la que están pasando mis hijas. No tengo ganas de volver a ser adolescente ni tener hijos bebés que no me dejen dormir. La tía July decía que hay una edad para todo, y puede ser. Sin embargo, cada libro es, de alguna manera un embarazo, y esa afición no desaparece, El amor por la escritura es más fuerte con los años, es decir, cada día me gusta más.



En todo caso, y volviendo a la mañana de mis 54 años, fui a trotar al Boston Commonsy pensé en lo afortunada que era al poder despertarme en una de mis ciudades preferidas, al poder subirme a un avión y hacer cosas que me gustan. Fui a desayunar en Starbucks. Más tarde, me di el gusto de sentarme a almorzar sola, con una copa de vino blanco, en un restaurante de Newburry Street, la que, me atrevo a decir, es una de las calles más bonitas del mundo. Por la tarde, estuve acompañada por las personas preferidas de Morgana. Ya por la noche, sentí angustia y no me vino el sueño rápido, pues al día siguiente debía madrugar para llegar a tiempo a recoger a Tiag de su campamento de verano, una manejada de tres horas. Tenía que estar a las 6 a.m. en la oficina del car rental. No soy tan fuerte ni tan segura, tambaleo bastante, me invade el miedo. Es irracional, pero no lo puedo evitar, aunque mi Bogie me diga que no hay razón. Mi reptiliano no le entiende y se asusta más. Trato de explicarle a Bogie que no está en mí, pero supongo que para los que no sienten miedo, eso no es comprensible. Sé que la gran mayoría de personas son más fuertes, más calmadas, más equilibradas; yo doy pinitos en esa dirección y de eso me siento orgullosa. Tengo una amiga que recorre el mundo desde que tiene 30 años, otra que no se hace líos de alquilar autos para ir a dejar a sus hijos a la universidad. Yo tiemblo ante muchas cosas.


Pero, como aconseja un autor de autoayuda: “Siente el miedo y hazlo de todas maneras.” Pëma Chadron, monje budista, dice que su marido la consideraba la persona más valiente porque se asustaba de todo, pero igual lo hacía. Le decía: “Eres la persona más cobarde que conozco, pero haces todo lo que quieres.” Yo soy un poco así. Tengo miedo, pero sigo adelante. Sí, no lo niego, tengo miedo de cumplir 54 años, que ya no es poco. Sólo hay una cosa que no quiero que me pase, ya lo he vivido y le tengo pavor. ¿Qué es eso? Por ahora, queda para mí. Hay cosas que una las deja guardadas por miedo a convocarlas y por eso mejor recuerdo otra vez mi despertar y mi trote por Commonweath Avenue,pensando que me espera la vuelta al sol más hermosa. Ya me han pasado bastantes cosas malas y muchas buenas, muchísimas. Dentro del balance de mi vida, me siento muy bendecida. Entonces, ¿por qué no pensar, como dice Claude Lelouch, que los mejores años están por venir?


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