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Carta 47 - No estaba deprimida, estaba con frío

Posteado el último blog, muchas personas pensaron que estaba en un estado de depresión fuerte. Me escribieron cosas muy bonitas que me animaron enormemente. Creo que la razón por la que escribimos es para probar que estamos vivos. Me impactó un blog de Juan Fernando Andrade sobre la razón por la que escribe. Los que escribimos lo hacemos por necesidad y supongo esperando que nos lean, pero si esto antes me hacía cuestionarme si se trataba de un ego desmesurado y eventualmente me hacía sentir un poco avergonzada, he llegado a comprender que cada uno hace lo que mejor sabe y que todos deseamos que nos aprueben en lo que creemos destacarnos, ejemplo, la señora que trabaja en mi casa siempre me pregunta si me gustó lo que preparó de almuerzo y se siente triste si no me termino el plato, los diseñadores de ropa esperan que compremos sus vestidos, los pintores que nos gusten sus pinturas, el actor se entristece si no tiene gente que asiste a sus obras, y así y así, de manera que supongo que todos buscamos nuestro público. Pero en todo caso, sin irme mucho por la tangente y volviendo al inicio, no lo sé, cerrar un proyecto es complicado. Es difícil enfrentarse al vacío de algo que ya está concluido con lo bueno y con lo malo. La película consumió muchísimo tiempo y no es sencillo hacer cine. Esta ya es mi quinta película en un país en el que es difícil conseguir financiamiento. Creo que todas me han enseñado mucho y ésta ni se diga. Imaginé por un momento que iba a hacer dinero con este sueño. No pasó, pero eso no quita la aventura maravillosa que se vivió, ni tampoco la cantidad de energías buenas y malas que se desataron. Ahora, con una casa que estaba repleta de gente desde el inicio del día hasta el final de la tarde, de pronto, vivir otra vez la soledad y el silencio no es sencillo. De la noche a la mañana ya no pasaba nada. Dicen que una de las cosas más difíciles es estar en silencio. Sin haber pedido esto, es lo que me sucedió y el estar callado lleva a pensar y eso conduce a algo muy importante en los doce pasos de los que sufren de alguna adicción; el paso 4 pide realizar un inventario de uno mismo. Lo comencé a hacer y pensé que estaba deprimida por momentos, hasta una tarde en que luego de cuatro días de intenso frío en Quito, a comienzos de enero, de verdad, un frío de espanto que lo vivimos todos los quiteños en una ciudad que no están preparada para tales eventualidades, salí por la noche a comprar pan y de pronto entré al Cyrano y el calor de la panadería me llevó a sonreír y comprendí que no estaba deprimida, que estaba con frío. Fue como una epifanía. Comprendí otra vez lo que hace un buen día soleado y como puede alegrarle a uno el espíritu; comprendí lo que dicen de que en los países nórdicos la gente se deprime por el frío, y me puse a pensar en que a nosotros el frío nos viene por muy cortas temporadas. Entendí que sí, hay momentos de bajón, y otros de alegrías sencillas como el de la panadería. Fueron quizás instantes, minutos, pero sonreí y me sentí llena de alegría.


No estaba deprimida, estaba angustiada.


Cuando comenzó enero me enfrenté a mí misma y eso me asustó. No hay nada mejor que estar completamente ocupado para no inspeccionar dentro de nosotros mismos. No es muy fácil hurgar. ¿Qué iba a hacer en el nuevo año? No tenía opción; había concluido una película a la que le puse mucha pero mucha ilusión y en un tiempo record. De pronto miraba a la pared y enfrentar mi escritura me asustaba. Por momentos pensaba y todavía me ocurre que se me habían agotado las ideas. Había estado rodeada de gente y de pronto no había nadie cerca que me presione a hacer cosas que tenían una fecha límite. Me observaba a mí misma como atrasaba las cosas que Pablo, mi asistente de producción me pedía hacerlas. Cosas que había que cumplir, pero que no eran urgentes. Pensé: uuuups la nube negra, estoy deprimida y de pronto me di cuenta que no estaba, estaba angustiada, un lunes por la mañana recibí una noticia que me sentó de golpe sobre la cama y no me permitió levantarme, el hijo de un amigo de adolescencia había sido arrastrado por el río, había caído por una cascada y no se sabía si estaba vivo. Varios amigos me escribieron, me llevaron al terrible momento de mi hermano Juan cuando falleció en la cascada. Yo pensaba en los padres del chico y en el chico. No podía levantarme de la cama. Hasta que llegó la noticia; ¡estaba vivo. ¡Estaba vivo! Pensé por unos instantes que a unos se les da y a otros no. Es la ley de probabilidades dice alguien demasiado importante en mi vida. En mi caso la ley de probabilidades salió como tenía que salir y tuve que enfrentar la muerte de mi hermano. Alfredo y Diane enfrentaron la vida, qué maravilla. Era maravilloso sentir alegría por otros. Empecé a reír. No estaba deprimida, estaba angustiada.


No estaba deprimida, estaba enferma.


Cuando se acabó la película me enfrenté al silencio y a la pregunta de qué hacer. Hubiera querido ir a comprarme un anillo Tiffanys como sueña Holly Golightly en “Breakfast at Tiffanys” y como de seguro soñamos miles de mujeres, con los millones ganados con la película, pero eso no pasó; más bien me tocó enfrentar serias deudas como la mayoría de cineastas ecuatorianos y eso me asustó, ah y entre todo lo que perdí, por despistada, perdí el anillo de compromiso de mi madre que hasta ahora me tiene mal, lo busco y lo busco y creo que va a volver. Supongo que todo eso influyó en mi sistema autinmune y una noche soñé que estaba enferma. No suelo hacer caso de los sueños, a pesar de que las pesadillas suelen de vez en cuando aparecer, o por lo menos llamémoslos sueños angustiosos, así que no lo creí, pero a pesar de que no tenía mayores síntomas, una voz interna me decía que algo andaba mal y sí, tuve una muy fuerte infección y me recetaron antibióticos fuertes lo cual me agotó y me deprimió. Pensé que estaba deprimida, pero no, estaba bajo el efecto de la medicación.


Conclusión, pensé, pensé, pensé pero no…


Con lo cual ahora, que ya no es novedad lo que estoy viviendo, que el año pasado cada vez comienza a ser más distante, que me toca, aunque no quiera a enfrentar muchos días donde entre comillas “no pasa nada” quizás sí esté pasando mucho. Está gestándose un nuevo proyecto, que todavía es brumoso y que quizás sea el más personal de todos los proyectos. Un proyecto que trata sobre la vergüenza y la humillación de caer. Ahora que está de moda el “me too”, digamos que trata sobre el no entender por qué a veces permitimos que nos hundan, que una frase nos destroce, que quienes están a nuestro lado nos hieran. Y digo permitirmos, porque es verdad, uno permite que pasen las cosas, estas no pasan porque sí. Así que este nuevo proyecto que no sé si verá o no la luz, pero se escribirá, será un análisis cruel y crudo sobre lo que he vivido y lo que he permitido. Creo que ya tengo edad para asumirlo. A los veinte se carga un morral de sueños, a los cincuenta de vivencias. Una vez, una querida amiga me dijo que yo parecía un soldado, que nada me decaía y que mucha gente me veía así. La verdad me gustó que me lo dijera, pero nunca lo hubiera imaginado porque siempre me he sentido frágil y débil, cobarde incluso, pero bueno tengo Addison, la enfermedad de los miedos y por lo que descubrí los lobos la tienen también y son animales que admiro así que está bien. Supongo que todos tenemos algo y supongo que está bien caer. Hay gente que no lo hace, son perfectos equilibristas, qué suerte por ellos, siempre están felices y todo es positivo y para bien ( lo escribo con un toque de ironía porque no les creo. ) No soporto mucho esas personas, me gustan las humanas, las que lloran y se vuelven a levantar, las que sonríen, pero también se quejan porque no todo es perfecto, y sí, este es mi año de confrontarme ya habiendo subido a la montaña, tratando de subir este año montañas reales. No he coronado ninguna todavía pero a tres ya he llegado a la mitad (Rucu Pichincha, Pasochoa y Rumiñahui ) No sé si logre coronar, coronar, pero es bonito trepar, un paso a la vez, sin ver a la cima. Es como la vida, una hora a la vez, un día a la vez, una semana a la vez, y de pronto ésta te sorprende y permite que el sol o la luna roja aparezcan y te digan: no estás deprimida, estás cansada; no estás deprimida, estás con frío; no estás deprimida, estás enferma, no estás deprimida estás contenta, estás contenta porque acabas de ir a ver tu película anterior en una función de mujeres directoras en la Cinemateca y la gente sale emocionada y eso te da alegría para seguir haciendo este oficio que no da dinero, que te hiere mucho, pero que te apasiona. Te das cuenta entonces que esto es lo que te gusta, que no te ves haciendo otra cosa que no sea escribiendo o dirigiendo, que esa eres tú y que ese era tu destino; que no hubieras podido ser una ama de casa desesperada, llena de dinero, pero sin pasión, que eres feliz siendo mamá, pero que necesitas quererte por lo que haces y que sí, que a ratos te bajoneas, pero que como dijo Anne Frank: “todas mis penas se van cuando escribo” Y esto lo pongo porque ahora estoy en Amsterdam en un cuarto de hotel que da a la estación y vemos el pasar de los trenes con mi hijo Tiag mientras Nadia está en Bélgica. Se escuchan sólo las risas del niño y el ruido de los trenes, y pienso en Anne Frank porque hoy estuve en su casa y ella escribió en su diario esa hermosa frase. Y por eso la próxima carta será sobre mi París y sobre esta extraña y hermosa ciudad holandesa. Mañana pasearemos en bicicleta y tal vez nos hagamos el columpio más alto de la ciudad. ¡Wow!



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